La agonía de la sensatez
frente a una época de incertidumbre, privaciones, sacrificios y refuerzo de la defensa civil, tampoco veo ni su toma en consideración política ni planes concretos para su desarrollo.
Si, por último, se trata de concienciar a las sociedades europeas de la inminente necesidad de desplegar tropas en Ucrania y entrar en combate con Rusia, me parece que el absurdo se adueña del argumento y se entra de lleno en el ridículo. Tan perjudicial es para una sociedad la negación de la existencia de un problema como su exageración. En ambos casos se promueven los peores escenarios: la sorpresa estratégica o la profecía autocumplida.
El hecho de que toda Europa –en realidad, todo el mundo– esté dentro del radio de alcance de los misiles balísticos de Rusia no es ni nuevo ni desconoci- do. Lleva siendo así desde los tiempos de la Guerra Fría hace más de 60 años; desde entonces se dispone de planes para eliminar o minimizar esas amenazas. Hablamos por supuesto en el plano teórico porque, en caso real, nadie asegura que la protección sea total y efectiva. De producirse un ataque masivo, entraríamos en los modelos de escalada del conflicto, de lo convencional a lo nuclear, entre grandes potencias. Conclusión: destrucción mutua asegurada, MAD (loco) en inglés.
Así pues, ¿de qué se trata en realidad? Creo entrever una creciente urgencia por dotar a la Unión Europea de autonomía en los aspectos de seguridad y defensa. Se impone pues una pronta toma de decisiones trascendentales en áreas tan diversas como la unificación de las estrategias nacionales,
la creación y dotación de una estructura permanente de mando unificado, la integración de todas las capacidades existentes y la determinación de las futuras a alcanzar conjunta- mente. Lamentablemente, desde mi punto de vista no estamos en condiciones de empezar a adoptar esas decisiones porque no hemos alcanzado como ciudadanía europea el estado de necesidad que nos llevaría a ello. Creemos que la seguridad está garantizada por una estructura-político militar (la OTAN) en la que el peso del gasto y la autoridad real los ejerce EEUU, que no tiene por qué sentirse obligado indefinidamente ante quienes recelan de sus intereses o no apoyan sus políticas.
La contribución al sostenimiento de la Alianza
Atlántica y nuestra permanencia en ella son hoy por hoy inevitables para garantizar nuestra seguridad. No se trata de competir sino de cooperar para garantizarnos una verdadera autonomía estratégica impulsando la verdadera integración europea. Tendrá que haber algo más que intenciones: voluntad decidida de hacerlo, finalidad compartida y determinación para llevarla a cabo aun sometidos a presión.
A Reinhold Niebuhr se le atribuye la plegaria de la serenidad: «Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia». Este es el elogio de la sensatez, no permitamos que agonice. ●