¿Quo vadis, Europa?
–los países bálticos–, bien como súbditos geopolíticos atados por el extinto pacto de Varsovia. También coadyuva a ese renacer de una iniciativa de defensa europea
la incertidumbre de un posible cambio de postura respecto a la solidaridad transatlántica en caso de una alternancia en la presidencia de los Estados Unidos el próximo 5 de noviembre.
Hay un factor común a varias de esas renovadas posturas en favor de un fortalecimiento de la defensa europea y la posibilidad de lograr una verdadera autonomía estratégica: los procesos electorales. Esa llamada a las urnas en distintos países para elecciones regionales, nacionales, europeas o extraeuropeas hace que el ardor de los candidatos en la defensa de postulados de firmeza, compromiso con la seguridad y ardor intervencionista crezcan para establecer diferencias con los adversarios políticos tibios o no alineados. Decía Quevedo que «nadie promete tanto
como aquel que no está dispuesto a cumplirlo», y ello es especialmente cierto en los procesos electorales.
La realidad, pienso, es otra. Si existiese urgencia en promover esa conciencia europea de defensa, estaríamos dando pasos a marchas forzadas para establecer unos cimientos sólidos para crecer en esa dirección. ¿Cuáles serían esos cimientos?
En primer lugar, establecer una única estrategia de seguridad europea con objetivos definidos, decisivos, alcanzables y medibles en un horizonte real.
En segundo lugar, la creación de un mando único, tanto político como estratégico militar, con una estructura específica de mando y control que permita planear y dirigir operacional- mente una fuerza conjuntocombinada compuesta por
todos los países de la Unión en proporción a sus disponibilidades actuales.
En tercer lugar, definir y dotar los niveles de seguridad y de empleo necesarios en función de las capacidades requeridas (personal, unidades, sistemas de armas, repuestos, municiones, etc.) para sostener un conflicto de alta intensidad con quienes quiera que encarnen las amenazas consideradas en la estrategia de seguridad.
En cuarto lugar, definir las capacidades futuras necesarias, especialmente la base industrial, para empezar a construir y dotar desde ya esos cimientos.
En quinto y último lugar, distribuir el esfuerzo de constitución de la fuerza futura, su coste, equipamien- to, sostenimiento y su mando y control, de tal forma que el concepto de seguridad nacional quede
«¿Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?» (¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?) Mañana empieza hoy, no es cuestión de dilatar las decisiones, no vaya a ser que nos ocurra como a los bizantinos, a los que sorprendió la toma de Constantinopla por los otomanos mientras dirimían tan trascendental materia como es el sexo de los ángeles. ●