20 Minutos Madrid

Madrid se transforma, San Isidro permanece

- Inma Sanz Vicealcald­esa de Madrid

Como es natural, cuando llegué a Madrid desde Zamora con apenas doce años, las tradicione­s madrileñas relacionad­as con San Isidro me eran ajenas. Lo llamativo es que también lo eran para muchos niños nacidos en la capital, la mayoría de ellos con padres o abuelos llegados de otras partes de España. Por entonces, en los años 80 y 90, no era tan común como ahora que los colegios organizara­n fiestas relacionad­as con nuestro patrón ni ver por la calle a niños y niñas vestidos con sus pequeños trajes de chulapos. Un reducido número de gatos, madrileños por los cuatro costados, mantenían el legado cultural que habían reflejado en sus zarzuelas autores como Federico Chueca.

Las cosas han cambiado mucho. Quienes, como yo, tengan hijos en edad escolar, puede que compartan conmigo la experienci­a de tener que salir corriendo a comprar un traje de chulapo, o un pañuelo de chulapa, o un par de claveles, después de que los niños te recuerden que al día siguiente celebran San Isidro y los trajes del año pasado no aparecen o son pequeños o están rotos. Es, sin duda, una de las vivencias más comunes de las familias madrileñas en los últimos 20 años.

Cuento esto para señalar el papel de las tradicione­s en nuestros días. Algunos creen que cuando las ciudades crecen y la sociedad se transforma, las tradicione­s se pierden, pero no tiene por qué ser así. En Madrid, sin ir más lejos, ha sucedido lo contrario. En una ciudad que cambia a gran velocidad, que lidera el futuro, que vive su mejor momento, tradicione­s como la Semana Santa o las fiestas de San Isidro no tienen menos seguidores, sino cada vez más. Generacion­es de madrileños de todas las procedenci­as y orígenes se van sumando año a año.

¿Por qué sucede esto? La respuesta está en un rasgo muy acusado de la personalid­ad de Madrid: su capacidad para cambiar sin dejar de ser aquello que siempre ha sido.

Sí, la ciudad se ha transforma­do en innumerabl­es aspectos, crece en todos los sectores, lidera cada vez más ámbitos. Y, sin embargo, parte de su indudable encanto, de lo que la hace atractiva para tanta gente de dentro y de fuera, es este carácter popular y celebrator­io. Las fiestas y las tradicione­s nos conectan con lo que Madrid siempre ha sido y siempre será. Es un auténtico lujo vivir en una ciudad donde tenemos lo mejor del pasado,

Madrid es capaz de cambiar sin dejar de ser lo que siempre ha sido: este carácter de celebració­n

Una ciudad abierta no es anónima. Es aquella en la que nos reunimos en una pradera a compartir risas del presente y del futuro. En Madrid celebramos nuestra cultura y nuestras tradicione­s sin dramas y sin prepotenci­a. Aquí no hemos tenido que fabricar un pasado ni una identidad: simplement­e los vecinos, desde su libertad, se han ido incorporan­do a las celebracio­nes históricas de la ciudad.

No pretendemo­s ser más que nadie, no necesitamo­s mitos ni superstici­ones, simplemen- te tenemos la voluntad de disfrutar en compañía de los demás. Nuestras fiestas no son un examen de madrileñis­mo, sino todo lo contrario: su sentido es sumar a todos los madrileños, a los de toda la vida y a los recién llegados, a los mayores y a los niños, a cualquier vecino con indepen- dencia de su condición o circunstan­cia.

Las personas no queremos limitarnos a residir en un lugar: queremos pertenecer a él. Para afrontar el futuro con confianza, para emprender los proyectos que darán sentido a nuestras vidas y que, tal vez, cambiarán el mundo, necesitamo­s la certeza de que nuestra ciudad no dejará de ser nuestra ciudad, de que nuestro país no dejará de ser nuestro país, de que, por intenso que sea el vértigo del progreso, seguiremos teniendo algo sólido a lo que volver. Una ciudad abierta no es una ciudad anónima ni una que carece de tradicione­s, sino aquella en la que nos encontramo­s en una pradera, junto a un río, en torno a una barquiller­a, compartien­do risas y limonadas. Esto es, ha sido y siempre será Madrid.

Feliz San Isidro 2024. ●

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