CRÍTICA LITERARIA Tedio y narración
El escritor Kiko Amat (1971, Sant Boi de Llobregat) dedicó en 2018 más de 2.000 palabras en un reportaje en Babelia a razonar por qué el
Ulises de James Joyce (Dublín, 1882-Zúrich, 1941) era una novela aburrida, un galimatías sin sentido idealizado por y para pedantes. Al autor de Cosas que hacen boom no solo le sacaba de quicio el flujo libre de conciencia, también la estructura, el estilo y la historia de Leopold Bloom. Aquel reportaje, como otros de Amat en el serial Clásicos latosos, no dudó en llamar tostones a este tipo de narraciones.
Pero aburrirse o invitar al bostezo con propuestas que dilatan el tiempo o confían en recursos como la repetición, las subordinadas kilométricas y las descripciones inacabables es un recurso artístico. Una corriente sobre la que ha reflexionado la periodista y doctora en Humanidades por la Universitat Pompeu Fabra Inma Aljaro (Málaga, 1979) en el ensayo
Tedio y narración: sobre la estética del aburrimiento en la narrativa: de James Joyce a David Foster Wallace
(Cátedra). Ya lo dijo Bertrand Russell: una generación incapaz de soportar el aburrimiento sería una generación sin grandeza.
Además, tener la posibilidad de hastiarse es un privilegio. Hasta el tiempo libre y las vacaciones pagadas, la mayoría no podía permitirse ese lujo. «Si hablamos de una estética del aburrimiento, yo la situaría como parte de los movimientos artísticos y culturales que se dieron a finales del siglo XIX y principios del XX», detalla Aljaro. Aunque, como bien apunta la ensayista, el malestar subjetivo que hoy asociamos con el tedio se habla desde hace siglos: antes taedium vitae, acedia, ennui
o spleen.
«Las circunstancias en las que se ha manifestado y expresado han sido muy diferentes. También sus consecuencias. De ser un pecado que separaba a los monjes de sus obligaciones religiosas pasó a ser una falta moral, y luego una enfermedad», explica Aljaro. Hasta la sofisticación que supuso la melancolía. Hoy, el aburrimiento es la respuesta a la sociedad postindustrial y a unos ritmos que, como señala Aljaro, nos han hecho reorganizar nuestro sistema nervioso para ajustarnos a las demandas de eficacia y productividad, incluso en nuestros ratos de ocio.
A aburrirse también se aprende. El autor Lars Svendsen, en la Filosofía del tedio, anima a entrenarse en el bostezo porque, en sus palabras, «contiene el eco de una promesa mejor».
Y es aquí donde se despliega la narrativa que Inma Aljaro denomina «retadora, aburridora». Las treinta páginas con las que se abre la obra En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, en las que el protagonista da vueltas en la cama mientras reflexiona, también enervaron al editor del sello Ollendorff –que la terminó rechazando porque esas primeras páginas le parecieron soporíferas– y a André Gide, que lo desestimó porque su editorial solo publicaba «obras
Inma Aljaro Cátedra
304 páginas. 21, 50 €
serias» y no «mera literatura de un dandi mundano». Hay lectores que sienten un rapto estético ante obras como El rey pálido de David Foster Wallace, El desierto de los tártaros de Dino Buzzati, o 2666 de Roberto Bolaño, y otros que son capaces de tirar el libro a la cabeza al primero que pase después de la tercera página. ¿De qué depende? Si los gustos se construyen y se educan como demuestra la cultura, entonces obedecerá a la exposición a este tipo de obras. «Depende 20M.ES/CULTURA
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porque se escapa de nuestro entendimiento o de nuestras expectativas, como pueden ser estructuras narrativas diferentes a las tradicionales».
La irrupción de las redes sociales, la multiplicación de estímulos, la merma de la atención hacen que estas obras resulten todavía mucho más indigestas para mucha gente. «La aceleración social nos ha llevado a quererlo todo rápido y fácil. A la automatización del deseo. Y tanto si tardamos demasiado en satisfacerlo como si es inmediato, nos aburrimos», razona Aljaro.
¿Podría ser que la estética del aburrimiento sea el mejor analgésico para nuestro tiempo? «Más que analgésico, prefiero verla como una herramienta para cuestionarnos nuestro tedio. Se dice que eso es lo que pretendía Robert Burton con su Anatomía de la melancolía: escribir hasta la saciedad sobre la melancolía para entenderla y escapar de ella», contesta Aljaro.
«La estética del aburrimiento podría ser algo parecido, un espejo que nos sitúa ante nuestro propio aburrimiento. No defiendo que haya que aburrirse voluntariamente, sino que sería bueno que lo cuestionáramos y que nos preguntáramos qué hacemos para escapar de ese aburrimiento, como ejercicio de reflexión. Porque, ¿lo logramos? ¿Escapamos del aburrimiento o solo lo posponemos?», añade la periodista malagueña. ●
Los sustantivos bufé y bufete tienen diferentes significados, por lo que no es adecuado emplearlos indistintamente. Es frecuente encontrar en los medios frases como: «Los agentes practicaron también registros en tabernas, en bufés de abogados y en la sede central» o «El bufete de comida italiana está reservado únicamente para algunos días».
Según el Diccionario panhispánico de dudas, tanto bufé (o bufet) como bufete comparten el mismo origen: la voz francesa buffet. Sin embargo, cada uno de estos términos tiene un significado en español.
Bufé y bufet (plural bufés y bufets, respectivamente) se emplean para aludir a la ‘comida compuesta de una diversidad de alimentos fríos y calientes, dispuestos a la vez sobre una o varias mesas, y ofrecidos generalmente en hoteles y actos sociales’, entre otros usos, mientras que bufete (bufetes) es el ‘estudio o despacho de un abogado’ o una ‘mesa de escribir con cajones’. Lo recomendable es usar cada voz con el significado con el que se ha asentado.
Así, lo adecuado habría sido: «Los agentes practicaron también registros en tabernas, en bufetes de abogados y en la sede central» y «El bufé de comida italiana está reservado únicamente para algunos días» . ●