Eterna juventud o juventud maldita
La juventud es un periodo del que cuesta salir. Generaciones Z y Millennial no somos ajenas a la cautivadora sucesión de descubrimientos y desafíos que supone esta etapa. Y mantenemos ese optimismo que describía Gil de Biedma cuando decía «dejar huella quería y marcharme entre aplausos. Envejecer, morir, eran tan solo las dimensiones del teatro». No obstante, las expectativas de las y los jóvenes de hoy, que en algún punto previo a la Gran Recesión se nos prometían formidables, se han topado con las serias consecuencias de la precariedad laboral crónica, la inestabilidad y la incertidumbre.
La juventud es un periodo de especial vulnerabilidad ante recesiones ya que, en contextos de destrucción de empleo y devaluación de la calidad del existente, las oportunidades para los últimos en llegar se reducen. Las generaciones nacidas a partir de la década de los 90 hemos crecido con las peores perspectivas económicas de los últimos 60 años y las cicatrices que nos han dejado las crisis consecutivas son cada vez más profundas.
Tenemos menor crecimiento salarial que el total de la población y que las generaciones de jóvenes anteriores. Esta es la realidad socioeconómica de los jóvenes en España en el último año y que, junto al Consejo de la Juventud, hemos analizado en La maldición de la eterna juventud.
La juventud sigue siendo ese periodo dulce que anhelaba De Biedma. Pero no podemos renunciar a que sea también un periodo digno, con suficientes impulsos para disfrutar de las garantías de un sistema de bienestar. Ni podemos permitirnos que, con un presente truncado, los jóvenes alcancemos la vida adulta siendo un débil sostén para nuestra sociedad en el futuro. No hay excusas que nos deban desviar de la apuesta por políticas públicas para la juventud innovadoras y ambiciosas.