DE EUGENIA DE MONTIJO A LETIZIA: CONSORTES REALES
La historiadora y periodista Cristina Barreiro publica ‘Consortes reales’, donde repasa las figuras de los cónyuges de la Corona europea desde el S. XVIII a hoy
Consortes reales,
En su libro la historiadora y periodista Cristina Barreiro se pregunta qué es un consorte real para, a continuación, desgranar un notable y muy divulgativo repaso de los cónyuges que, desde el siglo XVIII, estuvieron al lado de reyes y reinas de toda Europa. Un ilustrativo recuento que muestra la multiplicidad de caracteres de aquellos hombres y mujeres a quienes les tocó labrarse un lugar propio, en esa difícil polaridad entre las luminarias y las servidumbres del poder más exaltado.
Una posición siempre difícil a la que cada uno, con mayor o menor suerte, imprimió un sello personal, pues, como comenta la autora, «las servidumbres de los consortes no están bien definidas, no ostentan la Jefatura del Estado y sus roles se fijan desde las propias casas reales y a partir de los gustos personales de los implicados».
La historia está plagada de ellos, algunos excesivamente protagonistas (como la española Eugenia de Montijo en Francia) y otros mucho más en la sombra (el príncipe Jorge de Dinamarca en Gran Bretaña), pero todos dejando huella con su particular estilo. Así, si Catalina la Grande, una mera princesa alemana de segundo orden que se hizo a sí misma emperatriz dando un golpe de Estado contra su esposo el zar Pedro III, fue quien sentó las bases de la
Rusia moderna, dos siglos después otra princesa alemana, Alicia de Hesse, contribuyó con su misticismo y su carácter huraño a la caída del imperio de los zares. Sin olvidar a los hombres, porque solo fueron dos los príncipes que alcanzaron a recibir el rango y el tratamiento de reyes consortes.
Curiosamente, los dos fueron esposos de dos reinas coetáneas en el tiempo y soberanas en los dos reinos peninsulares. El primero, el príncipe Fernando de Sajonia-Coburgo-Gotha, esposo de María II de Portugal, que alcanzó a ostentar la regencia tras la muerte de ella durante la minoría de edad de su hijo Pedro V. El segundo, el controvertido infante Francisco de Asís de Borbón, primo hermano y esposo de nuestra castiza Isabel II, quien, recuerda Barreiro, «fue objeto de mofa y burla, pero era un hombre culto con enorme sensibilidad artística».
En nuestro tiempo, dice la autora, «los consortes suelen ceñirse a actividades representativas que no invaden las funciones del titular de la Corona, tendiendo a circunscribirse en el orden cultural, social y educativo, dando voz a ciertas causas, como es el caso de doña Letizia con las enfermedades raras». Todos se esfuerzan por cumplir con su papel de representación, «pero aún no tenemos perspectiva histórica para poder juzgarlos».
Sin embargo, hay casos particularmente llamativos como el del ya difunto príncipe Enrique
de Dinamarca, esposo de la actual reina, Margarita II, que nunca consiguió congraciarse con su obligado papel de segundón. Un miembro de
la pequeña nobleza rural francesa que, torturado por esa cuestión, batalló durante años por conseguir que le fuese concedido el rango de rey consorte
para quedarse finalmente con el de príncipe consorte, atrapado en sus últimos años en una extraña e inquietante demencia.
En la actualidad las consortes de los reyes en ejercicio en Europa son ocho, todas ellas mujeres, con atributos y cualidades propios e imágenes muy distintas entre sí. Mujeres que en ningún caso proceden de los circuitos de la realeza clásica, aunque dos de ellas (Camilla de Gran Bretaña y Matilde de Bélgica) vienen de familias nobles y otras dos (Máxima de Holanda y María Teresa de Luxemburgo) salieron de las filas de la gran burguesía internacional.
Damas a quienes Cristina Barreiro define con tiro certero al asociar a Camilla de Inglaterra con la perseverancia, a doña Letizia con el perfeccionismo, a Sonia de Noruega con la adaptación, a Silvia de Suecia con la resignación, a Máxima de Holanda con la frescura y la espontaneidad, y a María Teresa de Luxemburgo con la familia. En Matilde de Bélgica reconoce a la más soberana entre todas ellas, a pesar de ese cierto toque cursi que afea un poco su finura, y a Charlene de Mónaco le reserva el fracaso.
En España, la reina doña Sofía (la última consorte de sangre real en Europa) ha encarnado con gran solidez el concepto de majestad, que nadie le discute, mientras que doña Letizia ha preferido moverse en el terreno de la eficacia y la exigencia de excelencia. Sellos distintos para tiempos diferentes en el caso de mujeres, estas y otras, que han tenido y tienen una gran capacidad de adaptación.
Pero cabe preguntarse cómo encajarán esa posición los hombres llamados en breve a ocupar ese espacio: el príncipe Daniel de Suecia y los futuros esposos de Elisabeth de Bélgica, Ingrid Alexandra de Noruega, Catalina Amalia de los Países Bajos y Leonor de España. Todo un reto para ellos en una cultura en la que todavía «rey» no suena igual que «reina» en el inconsciente colectivo, si bien cabe preguntarse: ¿por qué no denominar a partir de ahora reyes (consortes) a los esposos de las reinas?