No hay enemigo pequeño

Pues es verdad: no hay enemigo pequeño. Llevábamos tanto tiempo escuchándolo que nos habíamos olvidado. Pero estos días nos lo recuerdan los resultados que vamos conociendo del mundial de fútbol que se está disputando en Qatar. Aparte, naturalmente, de lo que está pasando en Ucrania donde el poderoso ejército ruso provocó una guerra y ahora a duras penas resiste combatiendo con el rabo entre las piernas. Los enemigos puros son los que lo demuestran en la guerra.

Lo de Qatar es otra cosa. Allí el enemigo es el calor sofocante. Los que se sofocan disputándose el balón no son enemigos, aunque a veces lo parezca, son rivales moderados en su enfrentamiento por ese compromiso en declive que es la deportividad. Y lo más sorprendente es que los equipos más modestos, los que no tienen jugadores millonarios ni acumulan trofeos en sus vitrinas, están ganando a los grandes, a los que teníamos por humanos transmutados en oro.

Bueno, siempre se aprende algo. Mejor dicho, siempre se recuerda algo que teníamos en el baúl atiborrado de recuerdos. El problema cuando se establecen valores con el fútbol como ejemplo es que quienes lo manejan por arriba son los millones que se mueven con mayor rapidez por las bolsas que los propios balones sobre el césped.

Por eso, mirando la tabla de resultados de la primera fase de este Mundial tan polémico, es inevitable retornar aquello de «piensa mal y acertarás». No lo sé, ser mal pensado suele ser práctico, pero está feo y es desagradable. A menudo hasta quita el sueño y provoca dolor de cabeza. Hoy, mejor que sospechar si hubo trasiegos en los vestuarios, es preferible pensar que tenemos tres puentes para escoger. Que se acerca la Navidad, las luces de colores alegran las calles y un amigo invisible hasta nos regala un libro interesante en Nochebuena. ●