La ‘Novena’ de Beethoven cumple 200 años: la historia de un himno a la humanidad
Obra cumbre, magistral, revolucionaria, rompedora e iconoclasta. La más clásica de las composiciones musicales fue presentada al mundo en Viena en mayo de 1824
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Ludwig van Beethoven es la definición de genio musical. Junto a Mozart es el músico más popular de la historia de la música antes del jazz y el rock. Y esta semana está de aniversario.
Su obra más famosa, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, cumple dos siglos. El 7 de mayo de 1824 se estrenó en Viena la Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, conocida como Coral. La pieza contiene la musicalización del poema Oda a la alegría, escrito en 1785 por Friedrich Schiller (revisado en 1803, con texto adicional escrito por el propio Beethoven). Sus versos, que celebran la hermandad de todos los seres humanos por encima de banderas y fronteras, son los que inspiraron al compositor y cuyo espíritu supo trasladar a la partitura. O en sus propias palabras: «Hacer felices a otros hombres: no hay nada mejor ni más bello».
Y vaya si lo logró. Tras la última nota, tras los 70 minutos que aproximadamente dura su interpretación, sentimos una mezcla de plenitud, alegría y sentimiento de comunidad, de fraternidad. Con el silencio de la orquesta y entre los aplausos dan ganas de celebrar y abrazar a los demás. Fraternidad y bondad. «El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad», dijo el compositor.
Hoy su melodía es fácilmente reconocible en España gracias a la versión pop que hiciera Miguel Ríos junto a Waldo de los
Ríos allá por 1969. Y por supuesto, también en Europa, desde que la oda se convirtiera en el himno del sueño europeo de unidad. En 1985, el Consejo de Europa, y más tarde la Unión Europea, tomaron como Himno de Europa una versión de esa oda de Beethoven adaptada por Herbert von Karajan.
Una grandiosa locura
El estreno fue un acontecimiento, pero hoy lo sería aún más. Muchos críticos y musicólogos consideran que la última sinfonía que estrenó Beethoven es una obra maestra de la música clásica occidental y una de las cumbres de la cultura de todos los tiempos. Prueba de ello es que la Novena es una de las sinfonías más interpretadas del mundo.
Claro que en el momento de su estreno, lo que hoy nos parece genialidad y belleza sin límites, grandiosidad arquitectónica musical («la música es una arquitectura de sonidos», dijo Beethoven) o idealismo humanista, a muchos de sus contemporáneos les pareció simple y llanamente locura. Muchos de los que presenciaron aquella primera interpretación de la Novena pensaron que el músico de Bonn había perdido algo más el oído; había perdido la cabeza.
Pero no, para Beethoven en el momento de la creación no debía haber límites. En palabras suyas: «Todavía no se han levantado las barreras que le digan al genio: ‘De aquí no pasarás’». Y así fue. La Novena fue el primer ejemplo de un compositor importante que incluyó partes vocales en una sinfonía. El cuarto movimiento, el final, presenta cuatro solistas vocales y un coro que se ocupan de cantar esa Oda a la alegría. Se necesitan 150 intérpretes para interpretar la Novena y ponerlos de acuerdo. Es un esfuerzo descomunal.
«Escuchadle; el mundo hablará de él», dijo Mozart de Beethoven. O Victor Hugo, que aseguraba que el compositor era un «sordo genial que escuchaba el infinito». Existe controversia sobre la existencia de una décima sinfonía, en la que estaría trabajando cuando falleció. Pero si la hubo no queda nada. De ahí la ‘maldición’ de la novena sinfonía: una superstición según la cual cualquier compositor de sinfonías, a partir de Beethoven, moriría poco tiempo después de escribir su novena sinfonía. ●