Envejecer, una aventura

NoNo he podido evitarlo y al ver el título del libro «La aventura de envejecer» de la escritora catalana Teresa Pámies tuve que bebérmelo como si fuera una copa en el atardecer de verano. Es verdad que si envejeciéramos de repente no soportaríamos el impacto. La naturaleza humana debe de tener programado el envejecimiento por etapas y gradualmente, y debe de ser más imperceptible para unos que para otros, aunque con el mismo final para todos.

Al emprender la aventura de envejecer se intenta entender el sentido o el sinsentido de la propia vida. En la que destaca como decía Norberto Bobbio disponer de la voluntad de vivir la ancianidad sin pasar por la decrepitud.

«El mundo del pasado es aquel en que, por medio del recuerdo, te refugias en ti mismo»

Dice Pámies que no hay que resignarse a los imponderables, a los tópicos sobre la ancianidad; tener un mínimo de amor propio para asumir el reto, mucha curiosidad por todo lo que ocurre en el entorno familiar y social, local e internacional, esforzarse por entenderlo, y perseverar en el intento a cada tropezón, encajando autocríticamente los errores para no repetirlos.

Al parecer, los hombres tendemos ante la vejez hacia la tristeza o también con rebeldía, cosa que a veces inspira más repugnancia que la propia muerte.

Porque el tiempo del mayor, o del viejo, por qué no decirlo, es el tiempo del pasado. En cambio, el mundo del futuro está abierto a la imaginación, y ya no te pertenece, mientras que el mundo del pasado es aquel en que, por medio del recuerdo, te refugias en ti mismo.