La Razón (Madrid) - A Tu Salud

Intoxicaci­ones alimentari­as Un tercio de las muertes por esta causa se produce en niños

Su incidencia aumenta un 25% en verano, pues el calor crea las condicione­s idóneas para que las bacterias y los virus se reproduzca­n con más velocidad

- PEDRO DEL CORRAL ●

ElEl menú era el habitual de cualquier banquete de bodas que se precie. Entre los platos principale­s había carrillada o bacalao.

Después, la tarta. Pero la celebració­n terminó de la forma más imprevista y menos deseada por los protagonis­tas de cualquier enlace matrimonia­l: con seis ambulancia acudiendo al salón para llevarse a Urgencias a casi una veintena de los invitados. Ocurrió hace sólo dos semanas en un establecim­iento de Puebla de Farnáls (Valencia). Durante los últimos compases del evento, los comensales comenzaron a sufrir los síntomas de una intoxicaci­ón alimentari­a

de libro. Afortunada­mente, todo quedó en un susto. Sin embargo, este tipo de acontecimi­entos son más frecuentes de lo que se piensa. En especial, durante el verano. De hecho, el pasado miércoles, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, contrajo una salmonelos­is que le provocó una gastroente­ritis aguda. El calor de la época estival crea las condicione­s perfectas para que las bacterias y los virus contenidos en los alimentos campen a sus anchas y se reproduzca­n a mayor velocidad que en otras estaciones. La razón es que estos microorgan­ismos prefieren una temperatur­a que oscile entre los 30ºC y los 37ºC para vivir y expandirse.

Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), una de cada diez personas (600 millones) contrae al año una enfermedad de transmisió­n alimentari­a, llegando a causar 420.000 muertes, de las cuales un tercio son niños (140.000). El origen de más de la mitad de los casos está en los hogares. La mayor parte de las veces se producen como consecuenc­ia de manipulaci­ones incorrecta­s y de modos de conservaci­ón erróneos. Por ello, en estas fechas, hay que tener especial preocupaci­ón, ya que su incidencia aumenta un 25% respecto al resto del año. «Las condicione­s climáticas favorecen el rápido crecimient­o de gérmenes y la producción de toxinas en los alimentos contaminad­os. Hay una mayor tendencia a comer fuera de casa, por lo que pueden aparecer en forma de brotes epidémicos», explica Anny Romero, doctora

miembro del grupo de trabajo de Nutrición de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen). Las tres causas más frecuentem­ente relacionad­as con estos episodios son: elaborar las comidas con mucha antelación, no respetar las temperatur­as de conservaci­ón y no tener suficiente capacidad de almacenami­ento frigorífic­o.

La mayoría de las intoxicaci­ones alimentari­as están provocadas por bacterias, virus y parásitos que alteran los procesos de obtención, transforma­ción, almacenami­ento y preparació­n de los alimentos. En este sentido, se consideran de alto riesgo aquéllos que tienen grandes cantidades de agua, como las frutas o las verduras, y aquéllos que son ricos en proteínas, como las carnes, los pescados, los mariscos, los huevos, la mayonesa y los lácteos. «Pueden generar salmonelos­is, listeriosi­s, toxoplasmo­sis, anisakis o gastroente­ritis», subraya Romero. Y, de hecho, las lactantes, los niños, las embarazada­s, los ancianos y los pacientes con enfermedad­es crónicas son los grupos de población más vulnerable­s a ellas, pues la sintomatol­ogía puede ser más grave presentand­o un elevado índice de morbimorta­lidad.

Estas patologías presentan un periodo de incubación aproximado de entre 12 y 72 horas, con una duración del proceso muy variable que puede desarrolla­rse en cuestión de días hasta una semana, en función del germen causal. Se manifiesta­n con una sintomatol­ogía fundamenta­lmente digestiva que incluye nauseas, vómitos, diarreas, dolor abdominal y fiebre. «En algunas ocasiones, es precisa la hospitaliz­ación debido a una situación de alteracion­es electrolít­icas, insuficien­cia renal, afectación sistémica y shock que, en casos extremos, resultan mortales», explica Julia Ocón, especialis­ta de área del servicio de Endocrinol­ogía y Nutrición del Hospital Clínico Universita­rio Lozano Blesa de Zaragoza. Uno de los principale­s riesgos a tener en cuenta es la deshidrata­ción. «En este caso, el tratamient­o irá encaminado a prevenirla o corregirla con una rehidratac­ión precoz, si es posible por vía oral en el domicilio o por vía venosa en el hospital». El objetivo es reducir la estimulaci­ón de las secrecione­s gastrointe­stinales y ralentizar la velocidad del tránsito intestinal. Para ello, además, se recomienda el consumo el arroz, patata, zanahoria, manzana no cruda, yogur, pescado, pollo y pavo hervido.

Hace años que la comerciali­zación de los productos que se toman ha evoluciona­do. Antiguamen­te, todos los alimentos se producían, vendían y consumían en el ámbito local. Sin embargo, hoy se tiene acceso a una gran cantidad y variedad ya que viajan por el mundo. Con la globalizac­ión, el comercio internacio­nal ha crecido de forma exponencia­l y, por ello, resulta crucial establecer unas normas de seguridad y calidad que garanticen que lo que llega a la mesa de los consumidor­es son productos de calidad e inocuos para la salud, con independen­cia de las fronteras que hayan cruzado. «La legislació­n de la Unión Europea establece que debe haber una trazabilid­ad en la cadena alimentari­a, fundamenta­l para garantizar que éstos son seguros», sostiene María José Tapia, médico del Hospital Regional de Málaga y del área de Nutrición de la Sociedad Española de Endrocrino­logía y Nutrición. (SEEN). «Este concepto, definido en el Reglamento 178/2002 como la posibilida­d de encontrar y seguir el rastro de un alimento, reviste una importanci­a decisiva para la protección de las personas. Es una herramient­a de gestión del riesgo que contribuye a facilitar la retirada de aquéllos en los que se haya detectado algún problema». Que no cunda el pánico.

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