La Razón (Madrid) - A Tu Salud
Gastrofobia ibérica (II)
HablabaHablaba yo en mi anterior columna del absurdo proceso de desnutrición en el que estoy metido. Es, por así decir, psicosomático o, incluso abiertamente psicológico, sin relación alguna con el funcionamiento de mi fisiología. No soporto la cocina española. Me repugna, me da asco, cierra la espita de mi apetito. Voy por la calle, leo en las pizarras de los restaurantes y de las tabernas, o en sus cristaleras, o en sus cartas, la lista de lo que en su interior ofrecen y tengo que cambiar de acera. Verdad es que esa náusea no sólo es intestinal, sino existencial, equivalente a la de origen metafísico que pusieron de moda Heidegger, Sartre, Jaspers y otros cenizos por el estilo en los años de la resaca filosófica originada por la segunda Guerra Mundial, se inscribe en un cuadro mucho más amplio: el del rechazo que me inspira todo lo que guarda relación con el país en el que tuve la mala pata de nacer y en el que, a contrapelo de mi albedrío, obligado sólo por los condicionamientos familiares y los trágalas laborales, sigo viviendo la mayor parte del año. Lo siento, compatriotas, pero si no lo confesase mentiría por omisión. De España, de la España de hoy (otro gallo me cantase si fuera la de otros tiempos), prácticamente me desagrada todo, sin excluir las tapas. Bueno, casi todo, porque aún me gustan los toros y, por supuesto, el idioma, que es mi verdadera patria. Pero no soporto el carácter, ni los usos y costumbres, ni el estilo de vida de los españoles. ¿Generalizo? Sí, claro. ¿Hay excepciones? Desde luego, pero no las suficientes para reconciliarme con un país –Croquetalandia, Obesia, Gambonia, Jamonia, Cervezópolis– del que saldría huyendo, todavía más a menudo de lo que lo hago, si pudiese hacerlo. Todo, en ese país, por lo que a la comida se refiere, se ha vuelto franquicias, pescado de piscifactoría, carnes procesadas, fruta artificialmente madurada, verdura estropajosa, pan de chicle, azúcar, edulcorantes, grasaza, bollería y helados industriales, sucedáneos, pizzas asquerosas, venenos metidos en sobres de plástico... Todo mentira, todo rebozado en química y todo, por añadidura, comido a deshora y en cantidades pantagruélicas. Mejor morir de hambre que hincar el diente a esa basura.