La Razón (Madrid) - A Tu Salud
Armagedón
SeSe supone que hoy debería hablar de lo que está sucediendo: el zafarrancho del coronavirus. Sea... Hinco mis dedos sobre el teclado para que lean, entre líneas, algunas de las ideas, más bien peregrinas, que chisporrotean en mi cabeza. La situación es dura, grave y misteriosa. Hace tres semanas lo pronostiqué en mi columna de «El Mundo» y varios días después sucedió lo que, según las estrellas, tenía que suceder. ¿De dónde ha salido tan incómodo huésped? ¿Hacia dónde va? ¿Quién tiró la primera piedra? Durante estos días he observado la incredulidad, incrédulo yo también, con la que mis compatriotas se enfrentaban al veneno que ahora nos infecta. No les culpo. Vivimos en un país sometido a la abulia y la entropía del estado de bienestar en el que nadie es hijo de sus obras, aunque muchos lo sean de las ajenas. La socialdemocracia, mi bête noire, obliga subliminalmente a morir. Lo dejó escrito Henry de Montherlant, que fue –ahí es nada– torero en Sevilla y uno de los más altos y hondos escritores de todo el siglo veinte: nunca, desde que el mundo existe, había surgido en él una nación capaz de degradar por sí sola la inteligencia, la ética y la condición humana en la práctica totalidad de la superficie de la Tierra. Y yo añado: ya ha surgido. Es la globalización, ese crimen contra la humanidad. Se viste a un santo y se desnuda a diez. Tomamos medidas, pero no encontramos un tratamiento integral que tenga presente el omnia in unum de los alquimistas y no se limite a recomendar protocolos o a atajar síntomas sin ton ni son para no llegar al centro de la diana. ¡Pero si hasta los políticos, aunque disimulen, se han quedado en pantaletas, bizcos, compuestos, sin novia, con una mano delante y con otra en el tafanario! Adiós, por lo pronto, a sus desayunos de trabajo, zambras y cuchufletas con los amigotes extranjeros. ¿Quién iba a imaginarlo? Las cosas ya nunca volverán a ser las mismas. Más vale, en consecuencia, hacer el equipaje con el pasamontañas puesto. Vayámonos al camino del corazón, a nosotros mismos, fuera de las tinieblas exteriores situadas al norte, al sur, al este y al oeste del edén global. El egoísmo, la avaricia, los virus de cualquier tipo y los plutócratas trepan por los muros de la sociedad. Pese a ello, como dijo Buda, no creáis en algo porque muchos lo repitan. Soy, como Graham Greene, contradictorio. Qué le voy a hacer. No me queda hueco en esta columna. También yo aplazo mi debate sobre el estado del mundo.