La Razón (Madrid) - A Tu Salud

Sanidad de andar por casa

- FERNANDO SÁNCHEZ- DRAGÓ www.herbolariu­m.com

EnEn casi todos los domicilios hay un botiquín mejor o peor surtido y en el que buena parte de los fármacos existentes son de hoja caduca y, en efecto, ya han caducado. Pero, además de eso, en el ámbito doméstico siempre debería figurar, y más aún en días como estos, un utillaje de imprescind­ibles herramient­as sanitarias. Tres, como mínimo, pero estoy casi seguro de que en la mayor parte de los casos faltan dos de ellas. A saber... Para empezar, el termómetro, y mejor aún si es de los antiguos, de esos en cuyo interior sube y baja una columnita de mercurio. En España, que yo sepa (y lo sé porque he intentado comprarlos en infinidad de ocasiones), ya no se fabrican ni se venden. Somos más modernos que nadie. Yo los traigo de Japón, ese país modélico donde muchas cosas siguen haciéndose a mano. Los termómetro­s electrónic­os funcionan fatal. O sea: funcionan sólo a veces, como internet, y de las cosas con las que sucede eso siempre se ha dicho, a secas, que no funcionan. Borges, con su sorna habitual, comentaba que una escalera siempre sirve para subir o bajar y que jamás una cuchara se había negado a acercar la sopa a su boca. Amén. El segundo instrument­o es un brazalete que mide la tensión y el ritmo de los latidos del corazón. Yo, desde hace muchos años, lo utilizo varias veces al día. No hace falta llegar a tanto, pero a mí, qué quieren, hacerlo me entretiene mientras escribo. Y, por último, el oxímetro. Ese especie de dedal activado por una batería en el que se introducen, a elegir, los dedos índice o corazón de la mano derecha o de la izquierda. Yo que, soy de naturaleza exagerada y perfeccion­ista (es decir: un poco neurótica), me lo aplico en las dos. Miden el índice del oxígeno que, bombeado desde los pulmones por el riego sanguíneo, llega a nuestras extremidad­es. Lo óptimo es tenerlo entre 97 y 95; lo subóptimo, entre 95 y 90; por debajo de esta cifra lo prudente es acudir al médico... El coronaviru­s mata, generalmen­te, por asfixia, así que más vale que quien no tenga un oxímetro en casa se vaya corriendo a la apoteca o lo encargue por internet. Y ahora perdonen ustedes que ponga abrupto fin a esta columna. Tengo que tomarme la fiebre, que medir mi tensión y que controlar el oxígeno que mi corazón envía al dedo corazón. ¿Redundanci­a? Pues sí, pero en tiempos de tribulació­n toda precaución es poca.

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