La Razón (Madrid) - A Tu Salud

¿Héroes o ángeles?

- FERNANDO SÁNCHEZ- DRAGÓ www.herbolariu­m.com

LoLo pregunto a cuento de ese personal sanitario que el martes pasado fue objeto de un homenaje nacional más que merecido a causa no sólo de su abnegación, sino también de su profesiona­lidad.

Con ésta aludo, por supuesto, a su eficacia en el trato dispensado a los cientos de miles de españoles que requerían su ayuda, pero también a algo extremadam­ente importante, a mi juicio, y que no siempre se resalta como merece: el sentido del deber.

Recuerdo al respecto lo sucedido en lo concernien­te a los bomberos nipones que se jugaron la vida, y algunos, de hecho, la perdieron, en el terremoto de Fukushima y en el reventón de su central nuclear. Eso fue en 2011. Yo andaba entonces por allí y allí seguía cuando seis meses después de la catástrofe el jurado del premio Príncipe de Asturias de la Concordia decidió conceder el galardón de ese año a quienes considerab­an, literalmen­te, Héroes de Fukushima. Así los llamaron en el acta de proclamaci­ón.

La reacción de los premiados, que yo mismo tuve ocasión de constatar, asombró a la opinión pública española, aunque no a la de los japoneses, cuyo sistema y jerarquía de valores es muy distinto al de los países occidental­es. Los bomberos en cuestión no ocultaron su sorpresa y, lejos de considerar­se héroes, adujeron que se habían limitado a cumplir con su deber y que no se juzgaban acreedores al premio que se les otorgaba.

A punto estuvieron, incluso, de negarse a aceptarlo. Al final cedieron, más por razones diplomátic­as que por otras de índole personal, y se personaron en la ceremonia de entrega un sí es no es avergonzad­os.

Pensaba yo en todo esto cuando los amigos de LA RAZÓN me sugirieron que dedicara esta columna al homenaje recibido, en medio del consenso general, por nuestro personal sanitario. Y pensaba también en la impresión que me produjo, y que evoqué en mi libro «Kokoro. A vida o muerte», la visión de las enfermeras de la Unidad de Cuidados Intensivos del Ruber cuando tras someterme a muchas horas de instalació­n de bypasses en mis coronarias me desperté de la anestesia, las vi moviéndose al fondo de aquella planta con sus ropajes de color de ángel y pensé, en efecto, que ángeles custodios eran y que me encontraba en el paraíso. Sigo pensándolo. Me sumo, pues, al homenaje del martes no sólo con gratitud y admiración, sino con la emoción, la veneración, la devoción y la unción que nuestro personal sanitario me inspira. Su sentido del deber nos lo conserve.

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