Ángela y las otras víctimas

Ángela,Ángela, como casi todas las mujeres de su generación, fue una mujer dedicada a cuidar de los otros, a trabajar día y noche sin sueldo ni reconocimiento. Sin gozar de la dicha que da la independencia. Consiguió la libertad cuando se quedó viuda. A los 80, y después de un sentido duelo, comenzó a hacer lo que le daba la gana y a ser feliz. Se había pasado la vida afanada en su lechería del barrio de Salamanca, cuidando y ordeñando vacas para vender su leche. O comprándola y vendiéndola cuando las reses tuvieron que alejarse del centro de la ciudad. Esa mujer olía a leche y a miel. También a diversión y sabiduría. Me encantaba sentarme con ella y sus dos amigas en el parque y que con su lenguaje poético por llano, me hablase de la vida; de la suya y de lo que pensaba de la nuestra. Me encantaba lo que se reía cuando nos contaba cómo hacía el amor con su marido o cómo viajaba por la noche en los autobuses urbanos. Se conocía Madrid como la palma de su mano y, aunque a veces se perdía por parajes extraños, siempre conseguía llegar a casa. Ángela y sus amigas eran personas de mucho riesgo cuando estalló la pandemia. Ayer, por fin, pude saber de ellas. Una se infectó, pero lo superó. Otra actúo en rebeldía y salía a comprar el pan a la panadería más lejana del barrio. Ángela, a sus 90, y llena de pena por no poder tener el sol y las amigas, los viajes en bus o los paseos al cementerio, se sentó a ver la televisión. Cuando quiso levantarse ya su cuerpo no respondió. Poco después dejó de comer. Al final, sin virus, ha muerto solita en casa. ¡Cuántas personas han sido víctimas colaterales de esta espantosa pandemia y las medidas, quizá desmedidas, de los gobernantes! A estas no se las cuenta y eso es indigno. Desde aquí os sumo, os sumamos, con nuestro amor y gratitud.