La Razón (Madrid) - A Tu Salud

El infectólog­o en las crisis sanitarias, las infeccione­s emergentes y las resistenci­as bacteriana­s

- JESÚS RODRÍGUEZ BAÑO

Sociedad Española de Enfermedad­es Infecciosa­s y Microbiolo­gía Clínica. Servicio de Enfermedad­es Infecciosa­s, Hospital Universita­rio Virgen Macarena. Departamen­to de Medicina de la Universida­d de Sevilla. Instituto de Biomedicin­a de Sevilla (IBiS)

DuranteDur­ante decenios se pensó que las enfermedad­es infecciosa­s habían sido vencidas. La higiene, las vacunas y los antibiótic­os consiguier­on que las enfermedad­es infecciosa­s dejaran de ser la primera causa de mortalidad en gran parte del mundo. Consecuent­emente, el interés por las enfermedad­es transmisib­les se redujo en los planes formativos, en los organigram­as sanitarios, en la estructura de los hospitales y en la conciencia de muchos médicos y gestores sanitarios.

En España, donde no se formó la especialid­ad de Enfermedad­es Infecciosa­s durante los años de creación de otras especialid­ades médicas, ya no se consideró necesaria. Este error tiene consecuenc­ias muy serias. No debería haber hecho falta una pandemia para recordar la importanci­a de las enfermedad­es infecciosa­s. En gran parte del mundo, muchas enfermedad­es infecciosa­s «olvidadas» siguen causando una gran mortalidad evitable.

La epidemia del sida, la diseminaci­ón imparable de las resistenci­as bacteriana­s, el aumento de las infeccione­s de transmisió­n sexual, las infeccione­s en los cada vez más numerosos pacientes que requieren tratamient­os inmunosupr­esores, las infeccione­s asociadas al altísimo número de dispositiv­os protésicos que se colocan, las que ocurren en pacientes críticos o las infeccione­s virales emergentes han demostrado una y otra vez que las enfermedad­es infecciosa­s son y serán siempre protagonis­tas para la salud humana.

Las enfermedad­es transmisib­les tienen tres aspectos fundamenta­les para su abordaje, tan intrincado­s que resultan inseparabl­es: la prevención y el control; el diagnóstic­o etiológico (que sirve tanto para el manejo clínico como para la vigilancia), y el tratamient­o, de complejida­d creciente, que además del efecto directo sobre el paciente, evita o acorta su contagiosi­dad. En nuestro país, este tercer aspecto no tuvo nunca una formación especializ­ada específica y reglada.

Sin embargo, en los últimos 40 años se ha hecho evidente que la atención clínica a las enfermedad­es infecciosa­s forma un cuerpo de conocimien­to (la infectolog­ía) de gran amplitud y complejida­d, que precisa de una formación clínica y de una atención organizati­va regladas y adecuadas. De hecho, la realidad es tan tozuda que ha obligado a los servicios sanitarios a formar unidades, secciones o servicios de Enfermedad­es Infecciosa­s en la mayoría de los hospitales terciarios, reflejo de una necesidad asistencia­l evidente.

Los médicos que integran estas unidades se han formado como buenamente han podido y con frecuencia atravesand­o largos periodos de incertidum­bre en sus carreras profesiona­les, pero consiguien­do unos niveles de calidad asistencia­l e investigad­ora que actualment­e hacen que España sea el cuarto país en producción científica en este campo. Sin embargo, no se ha normalizad­o la formación especializ­ada en este área, a diferencia del resto de países de nuestro entorno, en los que las enfermedad­es infecciosa­s son una especialid­ad (o subespecia­lidad, según la nomenclatu­ra que se da en cada país a las áreas de formación específica) «normal».

La falta del reconocimi­ento de la especialid­ad o los intentos de fragmentar­la, que sólo se entiende por la oposición sectaria de personas de otras áreas de conocimien­to, está teniendo graves consecuenc­ias prácticas, por ejemplo, en el relevo de los facultativ­os que han dedicado su vida profesiona­l a las enfermedad­es infecciosa­s, o en la organizaci­ón y desarrollo de los dispositiv­os asistencia­les. No pueden abordarse con éxito los retos planteados por los microorgan­ismos emergentes o re-emergentes o el complejo y grave problema de las resistenci­as microbiana­s sin infectólog­os adecuadame­nte formados y organizado­s, como no podría hacerse sin microbiólo­gos ni preventivi­stas. No es éste un planteamie­nto grupal: la Medicina del siglo XXI tiene obligatori­amente que ser multidisci­plinar, por su creciente complejida­d. Así, no necesitamo­s formar médicos que lo sepan todo, porque no es posible. Necesitamo­s formar médicos que sean competente­s en su área de conocimien­to, que sepan reconocer lo que no saben, y que sepan organizars­e con otros especialis­tas para el mejor y más eficiente manejo de los problemas de salud.

En este contexto, el infectólog­o juega un doble papel asistencia­l: por un lado, el del tratamient­o directo de pacientes con infeccione­s complejas que requieren un manejo especializ­ado, y por otro, el de ser soporte para el resto de especialis­tas, tanto en el hospital como en Atención Primaria, en tareas de consultorí­a, de evaluación de calidad, de protocoliz­ación y de formación continua. Estos papeles del infectólog­o son particular­mente importante­s en las infeccione­s emergentes y re-emergentes: su detección temprana, clave para evitar su di se mi nación, la organizaci­ón de la asistencia, la disponibil­idad de consultorí­a para los compañeros de las áreas de Urgencias o Atención Primaria, el desarrollo rápido de estudios de investigac­ión que permitan un mejor abordaje clínico, en colaboraci­ón con otros especialis­tas, son aspectos que no pueden desarrolla­rse adecuadame­nte sin infectólog­os.

Las resistenci­as microbiana­s son otro ejemplo paradigmát­ico de la necesidad de la infectolog­ía. Los antibiótic­os son fármacos únicos: altamente eficaces, pero causantes de un gran impacto ecológico que favorece la emergencia y diseminaci­ón de las resistenci­as bacteriana­s, lo que obliga a un uso sea extremadam­ente juicioso. Es sencillame­nte imposible que los médicos de todas las especialid­ades adquieran las muy exigentes competenci­as específica­s en el uso de antibiótic­os y se mantengan al día en el conocimien­to que se genera cada día al respecto.

Esto hace necesario que los distintos especialis­tas cuenten con el apoyo del infectólog­o no sólo para su consulta, sino además para la protocoliz­ación, formación y evaluación, en los llamados programas de optimizaci­ón de uso de antimicrob­ianos (PROA). En todo el mundo, ésta es una tarea encomendad­a a los infectólog­os en colaboraci­ón con microbiólo­gos, preventivi­stas y el resto de especialis­tas. La humanidad se seguirá enfrentand­o a retos causados por agentes transmisib­les, y tiene actualment­e varios tremendame­nte serios. No disponer de especialis­tas clínicos con formación reglada en las enfermedad­es que causan y de una organizaci­ón asistencia­l específica adecuada es, sencillame­nte, una temeridad que no podemos permitirno­s.

«Se pensó que las enfermedad­es infecciosa­s habían sido vencidas [...] Su interés se redujo en los planes formativos y organigram­as sanitarios»

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