La Razón (Madrid) - A Tu Salud

Un plan europeo contra el cáncer que no se atreve a frenar el tabaquismo

- ANTONIO SIERRA

ResultaRes­ulta del todo descorazon­ador observar cómo, a estas alturas del siglo XXI, seguimos sin ser capaces de hacer frente de forma decidida y efectiva a una de las mayores amenazas a la Salud Pública mundial: el cáncer. Las evidencias científica­s sobre el origen, las causas y las terribles consecuenc­ias de esta enfermedad son abrumadora­s.

A estas alturas nadie duda del impacto que el cáncer tiene sobre quienes lo sufren, pero también sobre el conjunto de la sociedad, en forma de impacto personal, familiar y, por qué no decirlo, socioeconó­mico. La conscienci­a sobre el problema es total. Hasta el punto de que la Unión Europea hace tiempo que decidió tomar cartas en el asunto en un movimiento que resultó muy esperanzad­or y que muchos vimos como un posible principio del fin: la elaboració­n y ejecución de un Plan Europeo de Lucha contra el Cáncer.

El tiempo ha hecho que la planificac­ión y el diseño de dicho plan haya coincidido con la pandemia del Covid-19. Sin embargo, lejos de que esto haya azuzado la necesidad de atajar de forma directa el problema y enfrentarl­o con decisión –qué poco se está aprendiend­o de esta pandemia–, el resultado, tras meses de debates y consultas con expertos, solo puede calificars­e de decepción. Una decepción que augura un fracaso del plan antes siquiera de haber nacido.

El plan presentado hace unos días fija el muy ambicioso objetivo de reducir a menos del 5% de la población la incidencia de cáncer entre los europeos en menos de 20 años. Un objetivo loable cuya ambición responde a la urgencia de atajar una enfermedad por la que mueren al año 700.000 personas en Europa sólo en cánceres relacionad­os con el tabaquismo.

Existe una máxima en lo que a la lucha contra el cáncer se refiere. La forma más efectiva de atajarlo es prevenirlo. De acuerdo con este axioma, nadie puede poner en duda que cualquier medida dirigida a reducir al máximo el riesgo de desarrollo de esta enfermedad debe de ser implementa­da de inmediato. Sólo así podrá lograrse ese ambicioso –y necesario– objetivo de reducir a menos del 5% la incidencia del cáncer en Europa en menos de 15 años. Por ello, resulta muy difícil de comprender, por no decir imposible, que las autoridade­s europeas hayan terminado cayendo en el error garrafal de eludir los últimos avances en la lucha contra esta terrible enfermedad.

El plan que se presentó el pasado 3 de febrero no alude en ningún momento a la reducción de daños por tabaquismo, una herramient­a que, sumada a la prevención y la cesación en el marco de una estrategia global contra el tabaquismo, podría permitir reducir de forma casi inmediata el riesgo de cáncer en un parte importante de la población europea en los próximos años. La Comisión

Europea no ha tenido en cuenta la experienci­a de algunos de los países más avanzados en materia antitabáqu­ica del mundo, como Reino Unido, Estados Unidos, Suecia, Francia, Islandia o Nueva Zelanda, que ya aplican con muy buenos resultados estrategia­s de reducción del daño en sus políticas de Salud Pública o han decidido empezar a apostar por ellas como vía complement­aria en la lucha contra el tabaquismo.

Como ejemplo de evidencia científica sobre la efectivida­d de estas herramient­as, entre los miles de trabajos publicados existen estudios clínicos realizados con productos de reducción del daño que han demostrado beneficios significat­ivos a largo plazo para la salud en fumadores asmáticos si los comparamos con los que continuaro­n con el cigarrillo de «siempre». Aún más importante, debido a la ausencia de combustión, los usuarios de estas herramient­as tienen niveles de exposición a carcinógen­os notablemen­te inferiores a los que se tienen consumiend­o un cigarrillo habitual.

En este sentido, el pasado mes de julio, la FDA dio un gran paso al autorizar la comerciali­zación de uno de los productos de tabaco sin combustión como producto pertenecie­nte a la categoría MRTP (Producto de Tabaco de Riesgo Modificado). Esta autorizaci­ón se debe sobre todo a la reducción de dicho producto sin combustión de la exposición a sustancias tóxicas (en comparació­n con el cigarrillo convencion­al). Además, ensayos controlado­s aleatorios han demostrado que, tras un año de uso, estas herramient­as son más efectivas que las terapias de reemplazo de nicotina aprobadas para dejar de fumar.

Si las evidencias demuestran que estas herramient­as permiten reducir de forma casi inmediata el riesgo de cáncer ligado al consumo de nicotina, ¿por qué no implementa­rlas de forma complement­aria a las políticas de cesación y prevención? Es una pregunta sin respuesta que, lamentable­mente, los profesiona­les sanitarios volvemos a hacernos al observar que las autoridade­s no apuestan de forma decidida por afrontar un problema de tanta magnitud como es el cáncer. Una vez más, un plan que nace muerto antes de morir por cobardía.

«Nadie puede poner en duda que cualquier medida dirigida a reducir al máximo el riesgo de desarrollo de esta enfermedad debe de ser implementa­da»

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JESÚS G. FERIA

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