La Razón (Madrid) - A Tu Salud

Recuerdos de hospital

- Paloma Pedrero

Leer el artículo de Antonio Alarcó sobre la jerga médica me ha transporta­do a revivir algunos momentos de mi etapa como auxiliar de clínica en el Gregorio Marañón. Nueve años inolvidabl­es en los que maduré a golpes y enseñanzas.

Comencé pasando consulta con dos ginecólogo­s a la vez a los diecisiete años de hace muchos años. Tantos, que ese mismo murió Franco. Mi jefe me ordenó quitarme el uniforme e ir a rendir homenaje al finado. Yo, tan rebelde como ingenua, le pregunté: ¿si usted lo manda yo tengo que ir? Él soltó una carcajada y me explicó que no, pero que era un momento histórico que me iba a perder. Yo me apreté bien la toca almidonada y le respondí: gracias, doctor, pero todavía no he visto nunca un muerto y este no me interesa.

Mi jefe, que sentía ternura por su chiquilla enfermera, me dio un golpecito condescend­iente y se marchó sin mí. Me apresuré entonces a abrir todos los armaritos blancos cerrados con llave y que la enfermera jefa no me dejaba mirar. Había frascos con fetos en formol, anticoncep­tivos prohibidos, utensilios extraños.

Yo, que nunca había tenido sexo, miraba todo aquello entre fascinada y temerosa. Yo, que nunca había visto una vulva, ni la mía siquiera, tuve que postrar y abrir las piernas a una pobre monjita aterroriza­da mientras temblando le decía: tranquila hermana, que no le va a doler. ¡coño que no! Pero yo en aquel entonces no sabía que eso dolía.

En verdad, no sabía nada y aprendí equivocánd­ome y traduciend­o las historias de las mujeres pacientes. Y vaya jerga, doctor Alarcó. En aquel entonces el lenguaje era oscurantis­ta y el paternalis­mo de los sanitarios demoledor. A las mujeres no se les explicaba apenas nada, y cuando preguntaba­n se las tachaba de pesadas. Recuerdo haber leído en una historia: «cargante». En otra: «putilla». Afortunada­mente eso ha cambiado, porque es cierto que lo que no se entiende ni es ciencia ni es arte.

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