Armas de juego
Donald Trump prefiere abordar el problema de la salud mental que afectaba a Nikolas Cruz antes que abrir el debate sobre las armas, asignatura pendiente que, uno tras otro, los presidentes de Estados Unidos han ido aplazando mientras daban el pésame a las víctimas de las matanzas que de forma cíclica se registran en centros escolares y otros espacios públicos. La última, perpetrada por Cruz, dejó el pasado miércoles diecisiete muertos en un instituto de Florida.
Tras la muerte de su madre, en noviembre, Cruz había sido acogido por una nueva familia, que ayer reconoció que el muchacho parecía deprimido, a lo que nadie quiso dar importancia. Antes de disparar a los alumnos del Marjory Stoneman Douglas de Parkland, anunció en una red social que iba a convertirse en «pistolero escolar profesional». Había recibido tratamiento psiquiátrico, lo que no le impidió adquirir un fusil semiautomático.
Tras la masacre, el gobernador de Florida aseguró que la próxima semana se reunirá con congresistas estatales para evitar que se repita una tragedia similar e impedir, dijo, que las personas con «problemas mentales» no tengan acceso a armas. En el mismo sentido se pronunció el superintendente de las escuelas de Broward, Robert Runcie, que exigió una «conversación real» para controlar las armas y más fondos para las instituciones que atienden a jóvenes con problemas mentales. Los fusiles de asalto, mientras tanto, se siguen vendiendo en las tiendas.