ABC (1ª Edición)

ARMAS Y PSICOS

Más de una vez he pensado si lo que buscan es que los maten a ellos, al no tener valor para matarse

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

«LAS armas no matan. Matan los asesinos que las usan», es el argumento de la Asociación del Rifle y otros defensores del derecho a poseer armas en Estados Unidos. Con lo que dicen sólo media verdad. Es cierto que quien mata es el que aprieta el gatillo. Pero si ese gatillo no existe, resulta mucho más difícil matar. Y si, encima, el arma no es una cualquiera, sino capaz de disparar docenas de balas cada minuto, como ocurre hoy con casi todos los rifles automático­s, la carnicería que causa es dantesca. Por no hablar ya de si lo maneja un perturbado, alguien que por una causa u otra se siente perseguido, discrimina­do o, simplement­e, no querido todo lo que cree merecer, tenemos la combinació­n perfecta para la masacre. Que es lo que viene ocurriendo en las escuelas norteameri­canas cada tres días, con resultados que van del susto a decenas de muertos. Sin que acaben de tomarse medidas eficaces contra ello.

Que hace 200, 300 años poseer un arma de fuego en América del Norte era no ya recomendab­le, sino imprescind­ible nadie lo niega. Un continente virgen, sin ley ni orden, en el que los recién llegados de todas partes intentaban quitar las tierra a los nativos, no era precisamen­te en lugar pacífico, sino un jugarse la vida en cualquier momento del día o la noche. De ahí, pienso, viene ese idilio entre los norteameri­canos y las armas, que se han quedado como uno de los iconos de la nación, como los westerns, the country music y las nuevas fronteras, que les han llevado incluso a La Luna. Pero hoy, no queda palmo de tierra USA donde no impere la ley (algún cínico diría la política y el narcotráfi­co), pero las armas siguen tan abundantes como siempre o más. Con lo que llevan camino de convertirs­e en la principal causa de defunción después del cáncer, si no lo han superado ya, en todos los niveles, edades y situacione­s. Pues si una discusión puede degenerar en pelea y ésta en lesiones mayores o menores, de haber armas a mano, el desenlace suele ser fatal. Especialme­nte, si quien las maneja es un adolescent­e con alguna psicopatía por la raza, la familia, el carácter, el aspecto o falta de afectos, de los que hay millones en Estados Unidos, donde la libertad que tienen puede resultar demasiado para ellos. Se les detecta pronto, por ser asociales y violentos. Pero el remedio que se les aplica es la expulsión de la escuela o instituto. Lo que agrava su estado, convirtién­dolos en auténticas bombas ambulantes, que en un momento u otro estallan.

Pero no hay cárceles ni reformator­ios para todos ellos, aparte de los adultos no dispuestos a renunciar a ese fetiche. Todo va bien hasta que un buen día, malo mejor dicho, salen de casa y se ponen a matar vecinos. Más de una vez he pensado si lo que buscan es que los maten a ellos, al no tener valor para matarse.

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