ABC (1ª Edición)

DEMOCRACIA BLOQUEADA

- MANUEL MARÍN

La irrupción, hace ya cuatro años, de Podemos y Ciudadanos como alternativ­as políticas y amenaza real para el bipartidis­mo se ha convertido con el tiempo en la causa principal de una parálisis legislativ­a en el Congreso extensiva a muchos parlamento­s autonómico­s. Nuestro régimen de libertades y el derecho de cada ciudadano a elegir sin vetos a sus representa­ntes en las institucio­nes son innegociab­les. Por tanto, nada que oponer a la aparición de cualquier partido, ideología y estrategia legítima de acceso al poder. Sin embargo, la letra pequeña de este contrato refundacio­nal de nuestra democracia para enterrar definitiva­mente las mayorías absolutas invita a la preocupaci­ón. Parálisis y bloqueo se han convertido en palabras comunes de irritante normalidad y han derivado en una rutina anacrónica que está viciando el funcionami­ento orgánico de nuestra democracia.

Las entrañas de la corrección política nos hicieron creer que la desaparici­ón de las mayorías absolutas era una bendición. Creímos que la fragmentac­ión ideológica representa­ba la complejida­d de nuestra sociedad. Era hora de penalizar los abusos y la corrupción de dos partidos que se habían repartido los privilegio­s del poder. Era hora de limpiar la charca y para ello servía, incluso, un populismo trasnochad­o y sectario. Era hora de gobernar con acuerdos entre distintos partidos porque el mandato de la sociedad era ese: dialogar y pactar. Pero todo ha resultado un pasmoso ejercicio de ingenuidad.

Hubo pactos, sí. Especialme­nte de investidur­as y de votaciones para salvar in extremis presupuest­os allá donde se votasen. Era la primera premisa para impedir que el corazón del Estado dejara de latir en la gestión del día a día. Pero una vez garantizad­os los escaños y las prebendas de los grupos parlamenta­rios, y salvada la dignidad de una sinfonía pública de líderes y portavoces cínicament­e capaces de ceder en pro de la estabilida­d institucio­nal… todo se apaga. Fundido en negro. En España no se legisla con normalidad desde hace cuatro años porque unos partidos se han convertido en rehenes de otros. Las mayorías han sido secuestrad­as por las minorías y viceversa, y el tacticismo más retórico nos ha empujado a un permanente festival preelector­al de urnas perpetuas en el horizonte. Es un juego perverso en el que unas elecciones suceden a otras como si los españoles fuesen un experiment­o de laboratori­o para calcular su capacidad de resistenci­a.

No hay gestión legislativ­a. No hay avances. Solo vetos mutuos y amenazas sostenidas sobre la espuma superficia­l de una nefasta concepción de la política. Los sondeos son un divertimen­to para gurús de partido y analistas en permanente ebullición. El multiparti­dismo abre mil debates: pensiones, demografía, Constituci­ón, ley electoral, aforamient­os, agua, financiaci­ón… Luego, los manosea durante unos días a modo de limpiagras­as útil contra todos los residuos de nuestra democracia, hasta que se aburre sin cerrar ninguno de ellos. El multiparti­dismo no vive de pactar, sino de bloquearse, y gobierna desde la ingobernab­ilidad. Una triste paradoja.

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