El tercer tiempo de la guerra
Tres soldados regresan de la guerra con los cuerpos y las mentes descosidos. Nada que no pasara hace siglos o que no contara hace más de setenta años William Wyler en «Los mejores años de nuestra vida», referencia esencial del cine posbélico que no esconde Jason Hall. El guionista de «El francotirador» adapta esta vez la novela de David Finkel y la ilustra con actores poco conocidos o sacados de contexto, como la cómica Amy Schumer. Su manejo del reparto es eficaz y aporta verosimilitud.
En la puesta en escena, el cineasta no hace alardes. Visto con buenos ojos: se busca los problemas justos, mientras una leve trama de intriga hace llevaderos los traumas de los protagonistas, por lo general abandonados a su suerte y recibidos con la conocida mezcla de indiferencia y menosprecio, aunque sin llegar a fabricar ningún Rambo. Quizá resulte excesivo que en una muestra tan pequeña se acumulen tantos traumas, interiores y exteriores, pero cada uno elige a los protagonistas que quiere y cuenta la historia que le sale del alma. Como innecesaria coartada, la historia está basada en hechos reales y el «tercer tiempo» es a veces el peor en cualquier contienda.
La película nos recuerda también –y quizá haga falta– lo mala que es la guerra, sin discursos ni exceso de consignas. Es un buen recordatorio de la paradójica evolución de la humanidad, torpe para resolver algunos problemas básicos pero con una capacidad asombrosa cuando se trata de perfeccionar «el arte de la guerra». Además de matar cada vez mejor, como especie hemos aprendido a dejar unas secuelas tan sofisticadas que no hay sistema sanitario (y menos el de algunos países) capaz de proporcionar alivio.