¿Qué nos ha pasado en Europa?
Hace tiempo que en Europa hemos dejado de hablar aquella lengua común de los padres fundadores. Hace tiempo que extraviamos (unos más que otros, es verdad) la sabiduría que nació del sufrimiento y la devastación de la guerra, y que nos impulsó a construir una Unión basada en las tradiciones griega, cristiana e ilustrada. Entonces empezamos por lo que parecía más sencillo e inmediato, el comercio del carbón y del acero, pero el horizonte de los Schuman, Monnet, Adenauer y De Gasperi era una comunidad basada en la dignidad sagrada de toda persona, en las libertades y el Derecho. Y cuando contemplamos espectáculos como el de ayer en las instituciones europeas, con el italiano Salvini presumiendo del cierre de los puertos para quienes huyen del hambre y de la guerra y el luxemburgués Asselborn mandándolo literalmente «a la mierda», podemos preguntarnos con razón ¿qué nos ha pasado para llegar hasta aquí?
Más allá de la incontinencia verbal de nuestros políticos, la pregunta urgente es si seguimos siendo conscientes del fundamento del proyecto de unidad europeo, una operación política, social y cultural, que seguramente no tiene parangón en la historia de la humanidad. Pero siempre podemos tirarla por la borda, porque el ser humano puede alcanzar inesperadas cotas de estupidez… o algo peor. Me temo que no bastan ya la sensatez, disciplina y bagaje espiritual de la señora Merkel, ni los visionarios proyectos de Macron, para que el barco retome una senda firme y segura. No hace tanto tiempo que nos emocionamos con la lucha por la libertad en el este del continente, pero parece que hemos perdido la memoria de lo que significó aquella aventura. Y como dijo el Papa Francisco en la celebración del sesenta aniversario del Tratado de Roma, Europa sólo encontrará esperanza si no se encierra en el miedo a perder las falsas seguridades, si vuelve a poner al hombre en el centro de su construcción. Ojala estemos a tiempo.