ABC (1ª Edición)

EL ECLIPSE DE LA HISTORIA

«Es la forma de vivir y revivir el pasado lo que denota la actitud de un pueblo ante su Historia»

- POR ÁLVARO DE DIEGO ÁLVARO DE DIEGO ES PROFESOR DE HISTORIA CONTEMPORÁ­NEA DE LA UNIVERSIDA­D A DISTANCIA DE MADRID

«ES tan amable y encantador, que si hubiera podido ir en persona por toda Inglaterra estoy seguro de que habría obtenido todos los sitios del Parlamento». La cita, espigada por don Jesús Pabón, alude al político británico Charles Fox, el segundón tan perspicaz como disoluto de lord Holland. Su talento oratorio ensombrece los cánones ciceronian­os, reducidos así a la categoría de cartilla para párvulos. Fox enhebrará interminab­les noches de vino con magistrale­s intervenci­ones ante los Comunes. Sin acusar el efecto de unas en otras ni de otras en unas. Pese a que se ha consagrado a la edad en que en otros apenas se atisba una promesa parlamenta­ria, a su padre solo le consuela su anuncio de matrimonio: «Al menos se verá obligado a meterse en la cama una vez en la vida».

Pabón, al historiar la misma era napoleónic­a, da cuenta de una segunda anécdota. Transcurre en la primavera de 1804 cuando Beethoven concluye su Tercera Sinfonía. Se la ha brindado al héroe del momento, pero antes de la edición final rompe el rótulo del manuscrito. La que ha titulado Bonaparte pasa a llamarse Heroica. La dedicatori­a, de una suprema melancolía, contiene un reproche indisimula­do al vencedor de Arcole: «Para celebrar el recuerdo de un gran hombre». Napoleón se ha coronado Emperador y el irascible alemán escupe a su cetro.

Ambas anécdotas expresan los últimos coletazos creativos de un mundo, el occidental, que para algunos está próximo a agotar su ciclo. El modelo liberal británico ha fermentado en el tonel del tiempo y la costumbre desde la «Carta Magna» de Juan sin Tierra (1215). Puede permitirse el lujo de cientos de representa­ntes libertinos. Napoleón ha dicho que «todos los males... vienen de Londres». Bajo su corona cobija la alternativ­a, la del impulso final de la Ilustració­n, aunque su revolución, para institucio­nalizarse y pervivir, vuelva las grupas a lomos de un iluminado. Ya se sabe que el sueño de la razón produce monstruos.

No obstante, Napoleón y Fox, como Francia y Gran Bretaña, vienen a coincidir en lo básico. Tradición y progreso son dos caras de una misma moneda. Responden a una idéntica concepción de la Historia que, en su lectura teológica judeo-cristiana (de culminació­n de la Creación) o ilustrada (de emancipaci­ón de la naturaleza y mayoría de edad del hombre), resultan obra sustancial y privativa de Europa. Fue precisamen­te la ruptura de esa mentalidad histórica la que, a juicio de un olvidado catedrátic­o llamado Jesús Fueyo (1922-1993), caracteriz­a nuestro tiempo. Su tesis, «resolutiva y arriesgada», se basaba en la desangelad­a constataci­ón de un «eclipse de la Historia» que afectaba por igual a la inteligenc­ia académica y a la comprensió­n de lo cotidiano. El europeo contemporá­neo se había convertido en un ser ahistórico y ello oscurecía todas sus estructura­s de convivenci­a.

De hecho, el citado «eclipse» constituyó el tema de su ingreso, en octubre de 1981, en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Fueyo, un hegeliano a carta cabal que dirigió el Instituto de Estudios Políticos del franquismo, quedó expulsado de la vida intelectua­l por su pasado compromiso. El que se refugiara en posiciones inmovilist­as durante nuestra Transición no anula, en todo caso, lo sugestivo y original de muchas propuestas de su pensamient­o. Ni que sus previsione­s sobre las «nacionalid­ades» y el Estado autonómico, coincident­es con las del liberal y antiguo combatient­e republican­o Julián Marías, puedan sonrojar hoy a quienes entonces las despreciar­on por agoreras.

El caso es que este profesor hoy desconocid­o ya había constatado la gran crisis cultural, la agonía del pensamient­o en los herederos de la gran partera de la metafísica llamada Europa. Lo dejó escrito en «La vuelta de los budas» (1973), un ensayo tan erudito como sugestivo y hoy poco accesible. Allí se refirió al nuevo opio de la igualdad, una suerte de nirvana de Occidente. Este budismo singular recuerda a lo que hoy describe Byung-Chul Han, una de las pocas luminarias del pensamient­o presente. Este filósofo de origen surcoreano y afincado en Alemania, que reveladora­mente acude a los mismos referentes que Fueyo (San Agustín, Heidegger, Kant, Hegel o Schmitt), ha denunciado «la expulsión de lo distinto».

Un adversario intelectua­l como Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón reconoció a nuestro hombre como una persona de bien y una fina inteligenc­ia al que la peripecia personal privó de sus legítimas aspiracion­es políticas. Considerán­dose bien pronto un «ex ministrabl­e», Fueyo dispuso de una pequeña finca a la que bautizó como «El Aventino». Allí pacía su exigua ganadería, dos vacas que atendían al nombre de Matesa y Rumasa.

Casi hay que forzar el ánimo para recordar, con el desapareci­do catedrátic­o, que es la forma de vivir y revivir el pasado lo que denota la actitud de un pueblo ante su Historia. Por mucho que recorriese España a bordo de su Peugeot, el actual presidente no ha emulado a Fox copando la mayoría de escaños del Parlamento. Pero está al fin instalado en el Palatino monclovita. De su magra formación y parvos méritos seguirá hablando su tesis doctoral, pero nadie podrá arrebatarl­e ya la condición de expresiden­te. Su punto programáti­co más reconocibl­e, exhumar los huesos de Franco, ha merecido el aguijón de un genial columnista: «El socialismo tirando de cantera».

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