¿A DÓNDE VAMOS?
La ministra de Economía, Nadia Calviño, aseguró la pasada semana que las cosas de la economía siguen bien. Aunque a la vista de los datos resulta inevitable acordarse de los mensajes –tan optimistas como equivocados–, que nos lanzaba Pedro Solbes mientras todo se derrumbaba a nuestro alrededor, la comparación es exagerada. Creo. Pero es evidente que algo ha cambiado.
Antes, cada nueva previsión de crecimiento superaba la anterior. Ahora sucede lo contrario. Antes, los precios mantenían una estabilidad que algunos detestaban. Ahora han despertado, asustan a los pensionistas y exasperan a los sindicatos. Antes, los tipos de interés se arrastraban por los suelos. Ahora permanecen bajos, pero amenazan con subir. Antes, el crecimiento era global y sostenido. Ahora, y aunque los EE.UU. van como cohetes –quizás demasiado rápido para mantenerse en el tiempo–, los emergentes dan bandazos y hunden sus monedas en un movimiento que parece duradero.
Eso si miramos hacia afuera. Si lo hacemos hacia adentro, antes teníamos un gobierno timorato frente a las reformas y podrido en sus estructuras de financiación, pero razonablemente previsible en sus comportamientos económicos.
Ahora tenemos un gobierno voluble y volátil; volcado en agradar al pueblo con la máquina del gasto e incapaz de plantearse nada que apoye a la actividad y fomente la creación de empleo. Piensa que basta con enunciar un deseo del tipo «queremos más derechos, deseamos más empleos y exigimos mejores salarios» para que la realidad se conforme y nos traiga el futuro ansiado.
Pues no. Nada de eso sucederá si en este nuevo escenario mundial al que nos enfrentamos, insistimos en mantener rumbos imprevisibles y practicamos medidas tan populares como nocivas. Ya sabe que nunca hay buen viento para quien no sabe a dónde va. Y, ¿a dónde vamos nosotros? Sin duda no a donde queremos, mientras no hagamos lo que debemos. Y aquí reside el problema.
El Gobierno sabe a dónde quiere ir, pero no sabe lo que hay que hacer para llegar allí. La riqueza de un país no es un stock inmutable que se puede trocear y repartir a voluntad. No, la riqueza y los empleos, se crean y se destruyen según lo que hagamos en cada momento. Permanezca atento.