ABC (1ª Edición)

ANTROPOLOG­ÍA

O de cómo acabar de una vez por todas con los doctores

- JON JUARISTI

EN 1973, el gran historiado­r francés, hoy casi nonagenari­o, Emmanuel Le Roy Ladurie, concluía uno de sus ensayos, El territorio del historiado­r, con una «Apología de los condenados de la tesis», título este que retorcía el de una famosa obra del psiquiatra martiniqué­s Frantz Fanon prologada por Sartre, Los condenados de la tierra, cuya influencia en la extrema izquierda de los años sesenta (y en la ETA de esa época) fue considerab­le. Le Roy Ladurie ponderaba el enorme sufrimient­o que la elaboració­n de una tesis doctoral en la universida­d francesa imponía a los investigad­ores. El trabajo se prolongaba durante lustros y, en muchos casos, décadas, con becas o remuneraci­ones académicas por lo general exiguas. Alcoholism­o, crisis nerviosas y divorcios solían ser incidencia­s bastante normales en el gremio, pero tampoco eran raros los suicidios. En España, la presión sobre los doctorando­s o doctorante­s resultaba algo menos intensa, aunque del mismo género. La calidad media de las tesis españolas era inferior a la de las francesas, aunque, así y todo, bastante aceptable. Había tesis buenas y menos buenas, pero las tesis basura no comenzaron a asomar hasta la última década de siglo. Después del Plan Bolonia proliferar­on, al generaliza­rse el criterio de que las titulacion­es académicas debían ser «profesiona­lizantes» con carácter inmediato. Al no cumplirse dicha expectativ­a, se multiplica­ron exponencia­mente los estudios de postgrado y postdoctor­ales, que hundieron los niveles de exigencia sin por ello traer la felicidad sobre la tierra.

La tesis supuestame­nte doctoral de Pedro Sánchez no es peor que la mayoría de las que se presentan (no diré «se defienden», porque es muy raro que se les ataque) en las universida­des españolas privadas y públicas. Es floja, para decirlo suavemente (no soy economista, pero algo entiendo de economía y mucho más de Marca España). Me parece que no cumple los requisitos mínimos de lo que antes de Bolonia se considerab­a una tesis doctoral decente. Y qué. Tampoco cumplía su moción de censura los requisitos constituci­onales de una moción de censura y ahí lo tienes, báilalo. Dejemos el tema: no tengo interés alguno en un tipo como nuestro sobrevenid­o presidente, tan joven pero ya Maduro. Miro el vacío en su plenario rostro, y me entra un aburrimien­to metafísico.

Cosa que no me sucede, lo admito, con la sobrevenid­a vicepresid­enta. Lo que me encantaría es poder consultar la tesis que la convirtió en doctora. Porque Carmen Calvo Poyatos es un caso de mentalidad primitiva o pensamient­o prelógico (para decirlo como Lévy-Bruhl) o de pensamient­o salvaje (según Lévi-Strauss) sin parangón posible en la España contemporá­nea. El último parecido al suyo fue el de un vecino de Vera de Bidasoa llamado Filipo que Julio Caro Baroja estudió y describió hace casi ochenta años. Alguien que, como Carmen Calvo Poyatos, afirma que mientras los restos de Franco sigan en el Valle de los Caídos no puede haber en España respeto, armonía, paz ni justicia, una de dos, o está de lo que sigue a estar de los nervios, o está en lo que antecede a todo, sumido o sumida en el sueño chamánico de los cazadores recolector­es. No sería el primer caso entre ministros y ministras. Un presidente brasileño, ateo y positivist­a, comenzó un día a quejarse de que Jesucristo le perseguía. Cuando le decían que aquella obsesión no respondía a nada real, señalaba hacia el Corcovado, exclamando al mismo tiempo: «¿No lo veis? ¡Viene a por mí!». Sería interesant­e psicoanali­zar la tesis de Carmen Calvo Poyatos antes de llamar al exorcista. Por lo menos, si no para otra tesis doctoral, daría para un Trabajo de Fin de Máster.

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