ABC (1ª Edición)

«Anoto versos y cosas sueltas, pero la vida se me ha parado de manos»

Tras haber recibido el FIL en Lenguas Romances, la uruguaya, eterna candidata al Cervantes, habla en exclusiva con ABC desde su casa de Montevideo

- INÉS MARTÍN RODRIGO

Ida Vitale cumplirá 95 años el próximo 2 de noviembre, instalada en su Montevideo natal. El casi siglo que lleva a cuestas no ha reblandeci­do su memoria, que permanece inalterabl­e. Como su poesía. Las mismas palabras que antes anotaba con premura, ahora le llevan a recordar aquellos días en los que, siendo niña, descubrió en el sótano de su casa «tesoros» literarios que la condujeron a mundos misterioso­s, como aquel ejemplar de a «Ilíada» que su abuelo trajo en un baúl. Del sótano pasó a la azotea, donde empezó a escuchar una música que a ella le parecía «horrible», pero que la asistenta ponía una y otra vez en un «aparatito» que sus padres habrían mandado al demonio. Que la empleada del hogar abriera el horizonte de una niña nada menos que con el tango no era lo ideal. O sí. Quién lo sabe. El caso es que la pequeña Ida creció, rodeada de adultos, y se hizo grande. Muy grande. Hasta convertirs­e en una de las mejores poetas de nuestra lengua. Y eso que a los versos llegó por una mezcla de casualidad y curiosidad, al tener que memorizar un poema de Gabriela Mistral. Hace unos días recibió con «susto» el premio de la Feria del Libro de Guadalajar­a, aunque a este lado del charco el Cervantes aún se le resiste. —Tengo que confesarle que a mí la noticia del premio me dio algo de pena, porque aún no tiene el Cervantes. —Eso es mucho soñar. No se me ocurrió. —¿De verdad? Pues a mí sí… —Ni mentarlo, eso es para prosistas (ríe). —Bueno, veremos qué pasa, que aún este año hay tiempo… ¿Cómo prefiere que le digan, poeta o poetisa? —Poeta plantea menos problema de ortografía, porque una vez, hace muchos años, un viejo amigo me mandó, muy gentilment­e, una tarjetita, y me ponía «poetisa» con «z». Es que tanta división por géneros… no vale la pena. —Además, los versos no tienen género. Da igual que estén escritos por un hombre o por una mujer, son poemas. —Sí. Lo importante es a quién le toque o quién sea tocado, mejor dicho. —Siempre ha defendido que primero se pierde la humildad y luego, por suerte, se recupera.

—Sí. Al principio, la propia obra parece siempre una maravilla, después pasa a ser un desastre y, en general, termina en un cajón. —Aunque hay algunos que esa humildad no la han tenido nunca... —No hay nada más peligroso que creer que lo que hicimos ya está bien. Más bien las dudas son saludables, deseables y obligadas. —¿Usted duda cuando escribe? —Cuando escribo, no. Cuando escribo, lo hago con entusiasmo. La duda viene inmediatam­ente después, si no nunca se haría nada, la verdad. Ganaría la haraganerí­a, que también es saludable. —¿Es la memoria el material sobre el que uno más trabaja o lo es el porvenir? —El porvenir nada más que escribe libros utópicos o libros de ciencia ficción. Pero uno se maneja con lo que tiene, a veces con la sensación del hueco, del vacío, de lo que pudo ser, de lo que uno quiso en un momento hacer. Yo hubiera querido aprender un instrument­o. Pero en casa no eran gente muy musical. —La poesía es una forma de hacer música con las palabras. —Qué bueno. Sí… Hay escritores que son músicos, tienen un ritmo propio, incluso escritores que uno piensa que lo que les interesa más es el contenido. —El poeta tiene que atravesar más capas que el novelista para llegar al lector y, sin embargo, la poesía tiene mayor trascenden­cia que la prosa. —No sé. Yo estoy pensando en Cervantes, en «El Quijote»... —Ahí le doy la razón. —No sé si puede ser tan deleznable. Lo que pasa es que la poesía echa mano de todo el lenguaje. Se convierte quizás en algo demasiado denso, pesado, erudito. En cambio, la prosa tiene el derecho de serlo, y admitimos que nos tiene que enseñar también a ampliar el lenguaje. Yo leo mucha más prosa que poesía. —¿Qué está leyendo ahora? —Un escritor que descubrí hace poco y traté de leérmelo todo es Sebald. —¿Es tan metódica con la escritura como con la lectura? ¿Escribe a diario? —Uy, no. Cuando murió Enrique (Fierro), hace como tres años, estaba corrigiend­o las pruebas de un libro. No es poesía, es el libro que le debo a México. Estaba ya terminando, pero paré y con parar eso... He anotado versos y cosas sueltas, pero la vida se me ha parado de manos. La poesía no es escribirla, es corregirla. No es solo anotar cositas, sino tener la tranquilid­ad, y realmente no la tengo. —Juan Ramón decía que había que «escribir y guardar, olvidarse de lo que uno escribió, verlo de otro modo, y sobre eso corregir». —Sí, claro. —¿Es ese el mejor consejo para escribir poesía? —A mí me resulta. Como soy desordenad­a, va con mi modo de ser. De repente, encuentro cosas que digo: «¿Y esto a santo de qué?». Cuando uno pierde un poco el ritmo, todo se desacomoda. —¿Y se escribe mejor poesía desde la indignació­n o desde la calma? —Ay, depende. La de la indignació­n es la más necesitada de corrección posterior. Eso sin ninguna duda. Eso es lo que hay que controlar, por lo menos las formas de la indignació­n. —¿Se puede encarar el presente desde la poesía? ¿Qué sentido puede darle? —Yo no sé qué sentido va a tener. En el momento en que se me ocurre algo, pienso que tengo que anotarlo, no pienso en su destino ulterior. Incluso ese escepticis­mo está ahí cuando llega el libro. También pienso que, a partir de esa dificultad de llegar, cuando llega, llega mejor. —Sí, sin duda. —Llega a alguien que está más dispuesto a ocuparse de eso o le resuena de otra manera. No sé. Esa relación entre el que escribe y el que lee... eso es un misterio. —Un misterio maravillos­o. —Ah, sí, sí. Porque tantas veces leo algo y pienso: «Ay, caramba...». Y el que lo escribió no tiene ni la más remota idea, ni la va a tener, de cómo me está tocando eso. Son experienci­as que se vuelven personales. Y uno se olvida de que hubo alguien que estuvo agobiado o feliz escribiend­o lo que ahora uno disfruta o le duele, porque no todo es alegría. —Pero si todo está determinad­o por el poder, ¿qué sentido tiene escribir? —No, no. Yo pienso que eso no está determinad­o por el poder... —¿La escritura? —Bueno, en cierto modo, sí. Nada escapa a los propósitos de la altura; altura que a veces es bajura. Pero, sí, el poder tiene, más allá de lo que uno puede imaginar, influencia. Pero yo siempre confío en el lector persistent­e, en el lector voluntario­so que sabe lo que quiere. —Yo me pregunto si, de alguna manera, la escritura no es también una forma de responder a los golpes de la vida. —Sí, claro. Sobre todo si uno tiene una vida más o menos larga, como la mía, uno se ve forzado a dividir en periodos para poder manejar las cosas. A fuerza, uno generaliza a partir de una experienci­a propia. Yo no tuve hermanos. Estaba rodeada de adultos. Y no siempre el adulto es lo más atractivo. —Para un niño, no, desde luego. Qué mundo tan distinto... —Es muy distinto, sí, sí. A nosotros nos hacían más rápido adultos. Ahora, la infancia se prolonga más; por un lado, porque, por otro, está la televisión, que no es lo más ideal para educar a un niño. —Alguna vez ha dicho que la vida le tiene que dar tiempo para terminar. ¿Qué le queda por terminar? —Este libro que estoy revisando ahora. Y una novela que está archivada hace como 20 años y que si se cumplen los reclamos de Juan Ramón, a saber si pasa o no. Quisiera reunir algunos artículos de lo mucho periodísti­co que he hecho. Y hay otro libro por ahí de cosas sueltas… Prosa, prosa. Lo que está por ahí perdido está en prosa. —¿Le asusta que llegue el final? —Me imagino que voy a estar tan cansada (ríe) .... Espero que me dé tiempo de irme a la cama. También puede ser así como del rayo. Es lo que suele ser más deseable para una. No quisiera dejar mucho lío a mi hija, pobre, que será la que se ocupará de estas cosas.

Humildad «Al principio, la propia obra parece siempre una maravilla, después pasa a ser un desastre y, en general, termina siempre en un cajón» Memoria «El porvenir nada más que escribe libros utópicos o de ciencia ficción. Uno se maneja con lo que tiene: a veces con la sensación del hueco, del vacío, de lo que pudo ser» El poder «Nada escapa a los propósitos de la altura, que a veces es bajura. Pero yo confío en el lector persistent­e»

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Ida Vitale, fotografia­da en la Residencia de Estudiante­s, durante su última visita a Madrid
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MAYA BALANYÁ

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