ABC (1ª Edición)

Cortocircu­ito en el Atlético

∑ Los rojiblanco­s, con cinco puntos de doce, empatan en el tiempo extra con un gol del debutante Borja Garcés

- JOSÉ CARLOS CARABIAS

Un cortocircu­ito ha fundido las vías que conectaban al Atlético con el optimismo. Cinco de doce puntos posibles y un fútbol grisáceo acompañan a un equipo que no se ha quitado la carbonilla y que aún no saca rendimient­o al desembolso del verano. Partido irrelevant­e del Atlético, muy plano en su juego, sin lucidez, al que el Éibar castigó con un gol de Enrich a cinco minutos del final. Desangrado, el grupo de Simeone sacó arrestos para extraer al menos un empate, firmado por el canterano Borja Garcés.

La tonadilla «que bote el Calderón» amainó el ánimo de la grada para expresar lo que pululaba en la atmósfera del Wanda. Una salva de pitos que se mascaba en el ambiente. Un ejercicio soporífero del Atlético en el primer tiempo. Pesado el equipo, plomizos sus jugadores, fatigoso el ritmo, cargante el cuadro global... Una puesta en escena que empieza a generar un clima incómodo: la gente se acuerda de los fichajes, de la inversión en talento y no entiende cómo es posible que su tropa juegue tan mal.

La parroquia acude con ganas al Wanda. Se aprecia alegría en los accesos, un tono festivo, una afición que quiere jarana y tiene las palmas preparadas para aplaudir. Pero el Atlético, que ganó la Supercopa de Europa al Madrid en un activación de su identidad, no termina de encontrars­e. No se reconoce en el escaso ímpetu de la presión, en alguna pierna blanda, en refriegas que se pierden, en ese pase atrás constante y a veces irritante. De alguna manera prevalece el espíritu ausente de Gabi. Jugador de limitada técnica, pero con un espíritu superior para lidiar y convencer.

El Atlético trata de jugar y no le sale, acostumbra­do el personal durante años a robar y atacar de un zarpazo, al tránsito veloz del contragolp­e. Lemar corre, pero no termina de jugar, lo mismo Rodrigo, al que se adivinan aptitudes fabulosas, Koke no está en su mejor momento, Diego Costa falló más de la cuenta en el primer tiempo.

Cote había chutado al poste en los primeros minutos y ya se anunció una mañana áspera. Lo fue. El Atlético no se soltó el pelo antes del descanso y solo atentó contra Dmitrovic a balón parado, la vieja fórmula que casi nunca falla. Las contras de Diego Costa no surtían efecto, contagiado el delantero de esa galbana grupal. El empate a cero, lejos de ser un estímulo para el conocido 1-0 de tantas tardes, fue esta vez amenaza de descarrila­miento.

Ocasiones muy claras

El Atlético se pareció a la obra de Simeone durante unos minutos en la segunda parte. Agresivo y directo, concreto en el pase, generó cuatro ocasiones en un tramo de ardor guerrero. Oportunida­des muy claras que ayer, el día gafado, fallaron sus delanteros. Ni Griezmann ni Costa atinaron frente a un notable portero, Dmitrovic.

Sin juego, pero con fe, el Atlético buscó el gol. Lo acompañó la grada, tan agradecida ante tan poco. No hubo gol en ese rapto de lucidez y volvió el partido allá donde se temía la gente en el Wanda: la ansiedad, el atropello, las contras del Éibar, el pelotazo al larguero de Arbilla y los guantes de Oblak.

Simeone quitó a Rodrigo, un cambio que le afeó la parroquia, ya que en el sentir general cundía la idea de que el centrocamp­ista era lo mejor del equipo en recuperaci­ón de balón y pases con criterio. Salió Borja Garcés, producto jaleado de la cantera. Con tres delanteros en el campo y un cerro de saques de esquina persiguió el Atlético el salvocondu­cto que no llegaba. El gol de Enrich, en un desatino de la zaga a tres minutos del final, dejó un poso de desazón en la afición colchonera. Su equipo no se rindió y rescató, al menos, un punto en el tiempo extra. Borja Garcés la cazó al vuelo y evitó una bronca tribal en el Wanda.

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OSCAR DEL POZO Borja Garcés hizo el 1-1

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