ABC (1ª Edición)

El Imperio se queda con el ciclismo

Los británicos ganan las tres vueltas grandes el mismo año, como España en 2008 con Contador y Sastre, y Francia en 1964 con Anquetil y Poulidor

- J. G. P. ANDORRA

El primer ciclista británico que ganó una etapa en el Tour tenía que apellidars­e Robinson. Un «Robinson Crusoe» un náufrago solitario. Y así fue: Brian Robinson venció, por descalific­ación de un italiano, Padovan, en una etapa de la ronda gala de 1958. Casi nadie en Gran Bretaña se enteró de aquel hito. El ciclismo al aire libre era un deporte clandestin­o. Hasta los años cincuenta las carreras estuvieron prohibidas en carretera abierta. O competían en circuito o en las viejas pistas de aterrizaje de la II Guerra Mundial. En Gran Bretaña, los ciclistas de verdad pedaleaban en los velódromos.

Aunque fue el primero, Robinson se perdió en su isla. Un desconocid­o. El corredor que abrió las puertas del ciclismo en Gran Bretaña fue otro; Tom Simpson, campeón del mundo en 1965 y vencedor del Tour de Flandes, el Giro de Lombardía y la Milán-San Remo. Un tipo que conducía por la izquierda entraba en la historia de este deporte. Y se quedó ahí para siempre cuando falleció, entre anfetamina­s y alcohol, en la subida al Mont Ventoux. Luego apareciero­n Robert Millar, Sean Yates, Chris Boardman, David Millar... Llegaron los americanos, Greg Lemond, Armstrong... Y comenzó un viaje que ha cambiado el ciclismo. El del galés Dave Brailsford, actual mánager del Sky, a los Alpes franceses.

Eran los años ochenta. Brailsford quería hacerse ciclista. No valía. Fracasó. Pero de las cenizas de ese sueño brotó la escuela de la que han salido, entre otros, Wiggins, Cavendish, Thomas, Rowe, Kennaugh, Swiff y Simon Yates. Todos crecieron en la Academia Ciclista Británica. El centro abrió sus puertas en 2003, en el velódromo de Mánchester. Para reclutar voluntario­s pusieron un anuncio en la prensa. «Se buscan corredores sub 23 con ambición. Dirigirse al British Cycling, en el Velódromo de Mánchester». Brailsford y un grupo de técnicos comenzaron a levantar el éxito luego cosechado en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y Londres 2012. Gran Bretaña se convirtió en la dueña del velódromo.

La cadena de montaje de campeo-

nes no ha cesado de dar frutos. La Academia trasladó su centro de formación a la Toscana, en Italia. Quería escalar otro peldaño: el Tour. Conquistar las carreteras que estaban prohibidas para los británicos como el anónimo Robinson en los años cincuenta. Y Brailsford eligió a Wiggins, campeón olímpico, como capitán en esa primera travesía a un mundo desconocid­o. En 2012 antes incluso de lo previsto, Wiggins coronó ese reto: ganó el Tour. El primer británico. Luego han llegado las tres ediciones de Froome y, el pasado julio, la victoria de Thomas. El rodillo del británico ha tocado techo este año: Froome ganó el Giro, Thomas el Tour y ahora Simon Yates se queda con la Vuelta. Eso sólo lo han hecho España en 2008 con Contador (Giro y Vuelta) y Sastre (Tour), y Francia en 1964 con Anquetil (Giro y Tour) y Poulidor (Vuelta).

Yates también fue alumno de la Academia. Su casa estaba cerca del velódromo de Mánchester. Con su hermano gemelo, Adam, se apuntaron. A jugar con las bicis. Simon llegó a ser campeón del mundo en la pista. Y le hicieron hueco en la élite de la Academia. Adam, en cambio, no fue selecciona­do y tuvo que emigrar al ciclismo amateur francés. No tardaron en reunirse. El Orica australian­o les hizo una oferta más atractiva que el Sky. El Orica no les ofreció más dinero, sino más libertad. En el Sky había sobrepobla­ción de líderes. Simon Yates se largó a la otra parte del planeta para encontrar el camino hacia la cima del ciclismo mundial y prolongar, de rebote, el dominio del imperio británico.

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