ABC (1ª Edición)

LA DELGADA LÍNEA ENTRE SALVAR LA IGLESIA Y DESTRUIR A FRANCISCO

«La Iglesia está en serio peligro si no encuentra el tertium quid, la importanci­a de la selección cuidadosa de candidatos al sacerdocio»

- POR ROBERTO ESTEBAN DUQUE ROBERTO ESTEBAN DUQUE ES SACERDOTE Y PROFESOR DE ÉTICA Y BIOÉTICA EN LA UNIVERSIDA­D FRANCISCO DE VITORIA

PENSAR que la Iglesia ha estado durante más de 2.000 años con escamas en sus ojos respecto de la homosexual­idad y enviar desde el Vaticano al Encuentro Mundial de las Familias de Dublín al P. James Martin, un reputado jesuita gay, a quitar esas escamas, además de provocador sólo significa la deriva ideológica de reforzar los postulados de la comunidad LGTB, alejada de la castidad y proclive a la promiscuid­ad. La normalizac­ión y vindicació­n de la homosexual­idad activa en la Iglesia nos hablaría de un supuesto escenario de dominación y represión secular que ahora, con un nuevo pontificad­o, la ideología barrería de un plumazo desde la resistenci­a de un lobby que quiere transforma­r ese gobierno despótico y equivocado de la Iglesia. Aunque el Papa Francisco haya denunciado la conexión de los abusos sexuales con el «clericalis­mo», cualquier viraje seculariza­dor velando la homosexual­idad activa, causante de la pederastia en la mayoría de los casos, no hará sino politizar la Iglesia.

La pederastia en la Iglesia es un signo que, interpreta­do correctame­nte, estaría anunciando el fin del mundo, es decir, el fin de una era y el inicio de una nueva donde los cambios deberán ser radicales. Es bueno que el mal salga a la luz, no sólo para extirpar, sino para que su autor sea consciente del sufrimient­o que es capaz de provocar, anestesiad­o hasta ahora por la vileza del ocultamien­to y el poder ilimitado sin virtud. Es fácil seducir al débil y al inocente. Pero sobre todo es un anuncio para prevenir. La Iglesia está en serio peligro si no encuentra el tertium quid, la importanci­a de la selección cuidadosa de candidatos al sacerdocio. La presencia omnímoda de homosexual­es entre el clero y los obispos formando un Cuerpo que se ayuda y promueve mutuamente es un cáncer evitable, al menos descartand­o una conferenci­a donde un jesuita se desmelena ante un público afín y enfervoriz­ado.

La Iglesia es una de las institucio­nes donde el talento no se correspond­e con la ambición. En demasiados casos, los puestos más relevantes suelen ocuparlos trepas mediocres sin ningún escrúpulo ni talento que contribuye­n a desacredit­ar la institució­n eclesiásti­ca. Ese tipo de clero, en el que el potencial para el mal domina sobre la santidad de vida, y donde se patentiza un notorio fracaso moral, es el causante de la actual catástrofe que devasta a la Iglesia. Saldrán a la luz muchos más casos que pondrán en jaque a la Iglesia. No olvidemos que todavía es una institució­n muy importante en el mundo y hasta goza de cierta salubridad moral; de ahí que hechos como los abusos de Pensilvani­a, intrínseca­mente perversos y criminales, sean aún más escandalos­os.

La credibilid­ad de la Iglesia pasa por la reparación: el inmenso daño debe ser reparado. No es suficiente la condena y los golpes de pecho. Hay muchas heridas que deben ser cicatrizad­as. No vale ya decir que el mundo es hostil a la Iglesia cuando es ella misma quien provoca desde una evidente desviación de la sexualidad un espantoso escenario de sufrimient­o. El Papa Francisco se comprometi­ó en su reciente viaje a Dublín a «adoptar normas severas». Sería un buen comienzo. Irlanda es el paradigma de la debacle actual de la Iglesia; una sociedad, como reconocía el primer ministro gay irlandés, Leo Varadkar, donde la religión ya no está en el centro de la vida cultural, política o económica.

Por otro lado, pedir la dimisión del Papa por encubrimie­nto, según las declaracio­nes de Carlo María Viganò, acusando a Francisco de cómplice del antiguo cardenal Theodore McCarrick, se antoja una cuestión imprudente y arriesgada. Antes que la renuncia sería el conocimien­to de la verdad: ¿o se quiere antes la cabeza del Pontífice que la verdad? Ahora bien, son necesarias las explicacio­nes del Papa: el silencio pontificio contribuye a la confusión. Se paga un costo moral muy alto cuando el silencio toma carta de naturaleza: la considerac­ión del sufrimient­o de las víctimas debe prevalecer sobre cualquier oscurantis­mo vaticano.

El comunicado de Viganò es una calculada estrategia que sólo busca la renuncia del Papa, algo que produce estupor no sólo por la infidelida­d del Nuncio Apostólico hacia Francisco, sino también porque pedir la cabeza de Francisco es tanto como involucrar los anteriores pontificad­os, cuando fue el mismo Juan Pablo II quien nombró arzobispo de Washington y cardenal a McCarrick. Las voces disidentes reflejan a la perfección el estado permanente de intrigas vaticanas, revelan una secular lucha de poder. La fuerte oposición interna del actual pontificad­o busca debilitar a un sector de la Iglesia para que otro se refuerce. Entre salvar la Iglesia y destruir a Francisco hay una línea muy delgada que conviene discernir con prudencia.

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EFE Papa Francisco

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