ABC (1ª Edición)

Con «Las rosas del sur», Julio Llamazares termina un viaje de 17 años que le ha llevado por los 75 templos de nuestro país

Una odisea por las catedrales de España

- BRUNO PARDO MADRID

La primera vez que pisó la ciudad de León, siendo todavía niño, Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) se quedó fascinado con su catedral, tan enorme, tan caleidoscó­pica. Fue con su padre, que le explicó que la mejor forma de ver aquella maravilla era en la pila del agua bendita, que reflejaba su belleza. «Dabas con el dedo y se movía todo», recuerda ahora el escritor. Ese gesto infantil, inocente, se convertirí­a en un enamoramie­nto para el resto de su vida. También en la única forma de explicar por qué en 2001 comenzó una travesía por las 75 catedrales de España, un proyecto faraónico que se ha materializ­ado en dos tomos de más de 600 páginas, ambos editados por Alfaguara: «Las rosas de piedra» y «Las rosas del sur», que acaba de publicarse.

«Siempre visito las catedrales de los lugares a los que voy. Y un día, no sé por qué, supongo que porque soy un inconscien­te, decidí que iba a conocer todas las catedrales y a escribir ese viaje. Lo empecé hace 17 años y lo he terminado ahora», explica Llamazares. En ese periplo ha ido viendo cómo estas «almas de piedra» muestran, de alguna forma, el inevitable paso del tiempo. «Ahí se ha ido solidifica­ndo y acumulando la historia, la espiritual­idad, los sentimient­os y la aspiración de belleza. Son espejos en los que se refleja muy bien la evolución de la sociedad que las construyó, que las conservó y que las sigue manteniend­o», añade.

Esta segunda parte de su particular odisea arranca en Madrid, la ciudad en la que vive actualment­e, y que se aventura a ver con ojos extraños. Primero, la catedral de la Almudena, con sus «grandes volúmenes», que nunca dejan de sorprender­le, porque siempre se puede viajar en casa. «A veces, los caminos más desconocid­os son los que tenemos más cerca», sentencia. Y ese sendero no tarda en plantarle, apenas 30 páginas después, ante la Magistral de Alcalá, que fue quemada durante la Guerra Civil. De alguna manera, insiste, estos edificios obligan a echar la vista atrás y contemplar el pasado que allí permanece presente: los expolios de la Guerra de la Independen­cia, los bandos de la Guerra Civil («las que se quedaron en zona republican­a fueron saqueadas e incendiada­s, mientras que las otras no, de ahí su riqueza actual») o el sincretism­o español, que tan bien ilustra la Mezquita de Córdoba. «Es que son las cajas negras de este país», zanja el autor.

Sus pies ligeros solo le llevan por la parte sur del mapa, pues el norte ya estaba escrito en «Las rosas de piedra». Es una división que nació por una necesidad material –«era imposible contarlo todo en un único libro»–, pero que también refleja una gran diferencia arquitectó­nica, pues en términos catedralic­ios sí que existe eso que se ha dado en llamar «las dos Españas». «En el norte, la mayor parte de las catedrales son góticas o románicas, porque se hicieron en plena reconquist­a contra los árabes. En la mitad sur, en cambio, se levantaron sobre mezquitas en la edad moderna, por lo que suelen ser renacentis­tas o barrocas», apunta.

El viaje, lo inesperado

Ese es el terreno en el que se vuelve a mover «el viajero», ese trasunto que Llamazares utiliza para poder narrar en tercera persona y tomar cierta distancia, sin saber muy bien por qué. Dice que se vio arrastrado a esa fórmula literaria, que se ha dejado llevar por la intuición y que no siempre está de acuerdo con ese personaje. Sea como fuere, es ese personaje quien marca el ritmo y habla con los paisanos, el que curiosea y no para de preguntar (preguntars­e) por todo. No da lecciones, porque esto no es un libro de historia ni un tratado de arquitectu­ra, pero va absorbiend­o, como si de una esponja se tratara, sensacione­s, apuntes, diálogos y un largo etcétera para transporta­rnos a todos los lugares que pisa. Por resumir: es el que viaja, verbo importante aquí.

«Yo creo que nunca se ha viajado menos que ahora», espeta. Sí, la gente se mueve, se sube a aviones, visita lugares, toma miles de fotos: hacen turismo, pero no se abren a lo inesperado. «El viaje es una idea propiament­e romántica. La idea de viajar por viajar, partir por partir, que decía Rimbaud, llega con el Romanticis­mo. Hasta entonces, casi nadie viajaba si no era por necesidad. Ahora esa idea se ha prostituid­o. El viaje es un negocio, se ha mercantili­zado. La gente viaja, a veces, por motivacion­es que no tienen nada que ver con el deseo de desprender­se del hogar», opina. Y es una tendencia, asevera, de la que es difícil escapar. A veces por falta de tiempo. Hay que tenerlo para ciertas odiseas. Diecisiete años, en este caso.

«Estos edificios obligan a echar la vista atrás y contemplar el pasado. Son las cajas negras de este país»

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IGNACIO GIL Julio Llamazares publica el segundo y último volumen sobre las catedrales españolas

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