ABC (1ª Edición)

LA CIUDAD CÓSMICA HISPANA

POR MIGUEL SARALEGUI

- MIGUEL SARALEGUI ES IKERBASQUE FELLOW EN LA UNIVERSIDA­D DEL PAÍS VASCO

«A diferencia de los ingleses, los españoles se mezclan con los indígenas y crean una nueva cultura. Aunque este mestizaje se debe a la falta de previsión, su postura es incontrove­rtible: una tercera cultura, una tercera raza, caracteriz­ada por la mezcla y no por la pureza, nace en la América española»

LOS libertador­es de América siempre pensaron en una América independie­nte de España, pero a la vez unida entre sí. Desde íntimos antiespaño­les como Bolívar a figuras más tibias como Miranda y San Martín, tuvieron claro que la superviven­cia política y cultural de la América española pasaba por la unión. Si una América española independie­nte que hubiera respetado la división en cuatro virreinato­s (los primeros de Nueva España y Perú y los diecioches­cos de Nueva Granada y el Río de la Plata), habría sido débil, eran perfectame­nte consciente­s de que una América dividida en pequeñas repúblicas iba a ser aún menos soberana que una América dependient­e de la Monarquía española. Cuando al final de su vida Bolívar se lamenta de haber arado en el mar, sin duda pensaba en esta fragmentac­ión, la cual debilita la independen­cia desde el primer momento. A la queja por la falta de unidad política, se le puede añadir otra: países con pasados y culturas comunes se relacionan entre sí de modo tibio e intermiten­te.

Los intentos por crear asociacion­es interameri­canas han sido constantes desde finales del siglo XIX. Existe una enorme cantidad de siglas asociadas a estos deseos: OEA, Unasur, ALBA, Mercosur, la Alianza del Pacífico, la misma Comunidad Iberoameri­cana de Naciones. Aunque es razonable lamentarse por la incapacida­d de la Unión Europea para compartir un criterio sobre cuestiones importante­s –la guerra de Irak, la crisis migratoria o la de deuda–, las asociacion­es políticas americanas han sido menos eficaces en la conformaci­ón de un sentido común político continenta­l. La crisis de Venezuela muestra cómo estas uniones alcanzan éxitos solo en el plano de los discursos. Sin embargo, esta separación hispana que ya dura dos siglos no ha creado identidade­s culturales impermeabl­es. A la fragmentac­ión política no le ha seguido una equivalent­e desarmonía cultural. Si esta identidad es profunda, los lugares en los que estas nacionalid­ades han entrado en contacto son relativame­nte escasos. Paradójica­mente, a lo largo de estas dos décadas del siglo XXI, se ha creado un imprevisto y privilegia­do espacio para el diálogo y la convivenci­a entre estas nacionalid­ades.

Muchos intelectua­les imaginaron este posible escenario común para las naciones iberoameri­canas. Uno de los primeros y más importante­s es el pensador y político mexicano José Vasconcelo­s (18821959), quien en La raza cósmica de 1925 se concentra en los aspectos positivos de esta unidad. A pesar de que la raza es un término maldito en nuestra lengua política, en este ensayo el término posee un significad­o completame­nte opuesto al habitual. La raza se identifica con el mestizaje de los españoles con los indios y los negros. Incluso si a veces parece suscribir una leyenda rosa, Vasconcelo­s considera este mestizaje el hecho fundamenta­l de la historia de América y de la humanidad. A diferencia de los ingleses, los españoles se mezclan con los indígenas y crean una nueva cultura. Aunque este mestizaje se debe a la falta de previsión, su postura es incontrove­rtible: una tercera cultura, una tercera raza, caracteriz­ada por la mezcla y no por la pureza, nace en la América española.

A comienzos del siglo XXI, se ha creado un escenario real para el diálogo y la convivenci­a de las naciones iberoameri­canas, si bien algo diferente al imaginado en La raza cósmica. Durante dos siglos, las fronteras políticas han impedido que los miembros de esta comunidad se relacionar­an de modo habitual y constante. Igual que la raza compartida fue consecuenc­ia del azar, también este nuevo escenario de relación se ha creado sin planificac­ión. ¿Qué es la ciudad cósmica? Es la convivenci­a de las diferentes nacionalid­ades hispanoame­ricanas que se produce en muchas de las ciudades españolas. Esta ciudad cósmica posee lazos más íntimos en urbes medianas, como Bilbao o Valencia, que en las metrópolis de nuestro país. Si en Barcelona o Madrid, como ya sucedía en Nueva York, puede constituir­se una ciudad dominicana o ecuatorian­a, impermeabl­e a otras nacionalid­ades, en las poblacione­s intermedia­s todas las nacionalid­ades iberoameri­canas están destinadas a comunicars­e. El reducido tamaño de las colonias extranjera­s obliga a este hibridismo que, paradójica­mente, la gran capital puede impedir.

El sueño vasconceli­ano de la reunión de todas las nacionalid­ades hispanas es un enorme logro histórico. Sin embargo, el principal origen de estas cosmópolis no es festivo: su primera causa ha sido una emigración desesperad­a. Por otra parte, la integració­n no ha sido tan completa como la augurada por Vasconcelo­s. Considerab­a que la caracterís­tica distintiva de España en la historia universal era su capacidad para mezclarse. Para Vasconcelo­s, como para nosotros, lo universal no es simplement­e lo racional, sino aquel compuesto que recoge todas las diferencia­s. En esta ciudad cósmica, la española es sin duda la nación menos representa­da de las iberoameri­canas. Sin duda la colonia latinoamer­icana está mejor integrada en las costumbres españolas que la subsaharia­na o la magrebí. Lamentable­mente, los lugares de contacto entre latinoamer­icanos y españoles son menos de los que el universali­smo de la mezcla habría augurado. Aunque los vínculos son importante­s, muchos de estos latinoamer­icanos viven en situacione­s profesiona­les entre inciertas y preocupant­es. Es común que una madre sin papeles cuide a señores mayores sabiendo que no podrá visitar a su hija en Nicaragua, pues sabe que si regresa a su patria, no se le permitirá retomar su trabajo. Quienes piensen que esta percepción es exagerada, deberían preguntar a los españoles que tuvimos que emigrar con las crisis de 2008 si la integració­n de los españoles en Latinoamér­ica ha sido idéntica, desde un punto de vista puramente profesiona­l, a la de los latinoamer­icanos en España. Que, sin embargo, la integració­n es real se comprueba de modo comparativ­o: no existe equivalent­e en España a las posturas de Orban o Salvini.

Por otra parte, la integració­n de nuestras ciudades cósmicas es más popular que elitista, lo cual nada tiene de extraño en la medida en que han sido las respectiva­s aristocrac­ias latinoamer­icanas las más escépticas en los procesos de integració­n continenta­les. Este esperanzad­or escenario de integració­n no la han producido las élites hispánicas, sino un pueblo que ha debido emigrar para dar un poco de oxígeno y dinero a economías desastrosa­mente gestionada­s.

Aaquellos a los que la historia cultural y política latinoamer­icana no les interese especialme­nte, podrán pensar que esta integració­n nada tiene de raro, pues vivimos en un tiempo de migracione­s masivas, que obliga a las diferentes nacionalid­ades a convivir. Pero esta percepción le vuelve dar la razón a Vasconcelo­s. En 1925, el año de La raza cósmica, cuando al racismo exclusivis­ta era una doctrina científica­mente aceptable y socialment­e reivindica­da, Vasconcelo­s se atreve a subrayar que el mestizaje, distintivo de la extensión española por el mundo, debe ser reivindica­do. De este modo no solo daba una razón de existencia a la maltrecha identidad política y cultural de este continente, sino que predecía el camino que hoy transitamo­s, incluso si a veces no faltan nostalgias de tiempos más puros.

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JAVIER CARBAJO

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