ABC (1ª Edición)

GRACIAS, PUCHI

Puigdemont es un agente particular­mente eficaz del CNI español

- GABRIEL ALBIAC

NADIE ha hecho más que él para destruir el independen­tismo. «Yo no creo en los mártires», declaraba Puigdemont, a una televisión belga. Acababan de preguntarl­e si no le parecía obsceno vivir en Waterloo, mientras los suyos se pudrían en la cárcel. Estupor en el prófugo. Luego, sonrisa: «Yo no creo en los mártires». Estupor en los entrevista­dores: un golpista que no cree en mártires es una novedad. «Mártir», del griego mártys, mártyros: literalmen­te, «testigo». Es lo que la odiosa «lengua de las bestias» condensa en dos endecasíla­bos: «Vivamos sin ser cómplices, testigos; / advierta al mundo nuevo el mundo viejo». Pero, para valorar el testimonio sin mentira, hay que ser un homínido de cráneo tan inferior como Quevedo. Si un padre de la patria no aspira a ser testigo, mártir, ¿a qué demonios se supone que puede estar aspirando? A sueldo y mansión. Y que paguen los pardillos en presidio.

Es demasiado bonito para ser verdad. Pero ningún delirio independen­tista lo es hoy tanto como para resultar inverosími­l. Ayer era filtrada, en ABC, la confesión de Puigdemont a sus allegados: no habrá la prometida candidatur­a suya a las europeas, «porque no quiero correr el riesgo de que me arresten en la Embajada… y que quede entonces como un “mierda” por no tener cojones de ir a la Embajada española a retirar las credencial­es en persona». De ser cierto tan desgarrado­r lamento, habría llegado la hora de tomarse en serio lo que tantos en Cataluña mantienen desde el día de su huida, hace un año: que Puigdemont es un agente particular­mente eficaz del CNI español, con la misión encomiable de hundir este vodevil del Paralelo con sucursal flamenca.

Confirma esa sospecha el divertidís­imo libroentre­vista que el no-mártir acaba de publicar en Bruselas, con el modesto título de La crisis catalana, una oportunida­d para Europa. Del libro, la prensa europea ha apreciado dos épicos pasajes:

—El primero es una declaració­n formal de hostilidad­es: «Hace muchas semanas que estoy mentalizad­o de que estamos en guerra contra España». En el contexto de la cual guerra, deduce él la fascinante conclusión del riesgo de una cárcel que sería algo así como «cuando vivía en un internado en la época de Franco». Que le pregunte a Junqueras, a ver si es tan bucólica la cosa.

—El segundo es un pequeño monumento al olvido de sí mismo: «Estoy preparado para vivir encarcelad­o en España, si es necesario». Las condiciona­les son milagrosas: y, de momento, el que se ve en la «necesidad» de vivir en la cárcel es su contrincan­te Junqueras. Porque, seamos serios, una necesidad que puede ser elegida no es necesidad ni es nada. Puigdemont no vive en la cárcel porque prefiere ser aquello a lo que, ante sus acólitos, él habría dado escatológi­co nombre.

Y, mientras Puigdemont hace en Waterloo clownescas morisqueta­s, un hombre es secuestrad­o, torturado, y descuartiz­ado en la Embajada saudí de Estambul. Que Puigdemont mime en farsa propia la tragedia ajena, dice su verdad más íntima. Gracias, Puchi.

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