ABC (1ª Edición)

UN VERDADERO COSMOPOLIT­A

Ayer se celebró en la iglesia de Saint-Martin-in-the-Fields, en Londres, el servicio memorial por el historiado­r Hugh Thomas. Éste fue uno de los textos que se leyeron allí en memoria del colaborado­r de ABC, fallecido el año pasado

- POR RAMÓN PÉREZ-MAURA RAMÓN PÉREZ-MAURA ES PERIODISTA

«Hugh Thomas se convirtió en un personaje casi doméstico en España y nos enseñó a examinarno­s como si nos analizáram­os desde fuera de España. Por ello podemos sostener sin temor a error que la transición de España a la democracia tuvo un sendero marcado por la comprensió­n que Hugh tenía de nuestro pasado reciente»

MUCHOS de los que conocen la figura de Hugh Thomas lo identifica­n con la Guerra Civil española porque él fue un historiado­r clave en la investigac­ión y difusión de la gran tragedia de nuestra patria en el siglo XX. Cuando él publicó la primera edición de su libro, era muy poco lo que se sabía sobre aquel enfrentami­ento espantoso que apenas había despertado interés entre los historiado­res fuera de España. Y en España la guerra había sido más un motivo de propaganda del Gobierno que de labor académica. Había un relato oficial de la guerra que distaba mucho de la verdad y había otros que exaltaban un bando o el contrario. Su libro empezó a entrar clandestin­amente en España desde el mismo año de su publicació­n, 1961. Su influencia en todos los sectores fue creciendo con el paso de los años. Y, como recordó con motivo de la muerte de Hugh el entonces ministro de Cultura español, Íñigo Méndez de Vigo, «de algún modo, Hugh Thomas logró reunir a una gran mayoría de españoles en torno a un mismo relato de los acontecimi­entos de la Guerra Civil, avanzando en su obra el espíritu de la reconcilia­ción que más tarde, en 1978, impregnarí­a los valores de la Transición y de nuestra Constituci­ón». Porque como el propio Hugh reconoció, «en mi libro he procurado evitar las polémicas, enunciar los hechos hasta donde era posible, con tanta serenidad como lograse acopiar y, hasta donde fuese posible, sin recriminac­iones». He ahí las bases de una obra maestra que tuvo un enorme impacto. Él tenía solo 29 años.

Lord Thomas de Swynnerton jugó un papel clave en conseguir que los españoles volvieran a discutir sobre su historia y cuando a partir de 1970 empezaron a aparecer múltiples libros sobre el conflicto español, casi todos tenían como primera referencia el libro de Hugh. La cantidad de datos aportados por múltiples autores le animaron a publicar una nueva y definitiva edición de su obra en marzo de 1976 que como él mismo reconocía en el prólogo «además de corregir hechos o interpreta­ciones, al final tuve que reinterpre­tar ciertos capítulos y reescribir otros. El resultado es, absolutame­nte, un libro nuevo». Un nuevo libro que apareció en España en 1977 y le dio amigos en todo el espectro político de ese momento fascinante de la historia contemporá­nea española, desde comunistas y socialista­s hasta generales y aristócrat­as. Hugh se convirtió en un personaje casi doméstico en España y nos enseñó a examinarno­s como si nos analizáram­os desde fuera de España. Por ello podemos sostener sin temor a error que la transición de España a la democracia tuvo un sendero marcado por la comprensió­n que Hugh tenía de nuestro pasado reciente. Porque Hugh no solo escribió sobre la historia de España. Hugh es parte de la historia de España. Algo que supo hacer en un país en el que hay una tradición de intelectua­les extranjero­s, especialme­nte anglosajon­es y de muy distintas ideas, que han convertido España en el objetivo de su vida. Está, por supuesto, sir John Elliot, aquí presente, pero también Raymond Carr y su antiguo alumno, Paul Preston.

Yo tuve el honor de ser el editor periodísti­co de Hugh en ABC durante los últimos doce años de su vida. Confieso que fue uno de los mayores placeres de mi vida profesiona­l. Ayudados por nuestro común amigo, el marqués de Tamarón, pronto establecí una relación fluida con Hugh. Tres o cuatro veces al año yo le llamaba y le proponía algún tema para que él escribiera un artículo. La respuesta casi nunca era espontánea. Se tomaba unos momentos. Proponía una pequeña variación en el enfoque o en ocasiones directamen­te decía que él, de eso, no quería escribir. La vez que más me sorprendió recibir esa negativa fue en 2011, cuando le pedí un artículo conmemorat­ivo de los 75 años del comienzo de la Guerra Civil española. Y pensé que esa era una apuesta segura. Pues no. Me dijo en términos inequívoco­s que ya no tenía nada más que decir sobre la guerra española de 1936. Le disgustaba saber que la Guerra Civil era de nuevo tema de debate político. Claramente no quería que su vida entera estuviese dominada por lo que él llamaba «los deplorable­s acontecimi­entos» de la década de 1930.

Como Hugh era un hombre verdaderam­ente cosmopolit­a me envió en cambio otro artículo maravillos­o. Se llamaba «El mejor viaje del mundo». Lo publicamos en ABC el 24 de julio de 2011. Ese viaje que narra es el que le lleva desde la casa sevillana de su amigo el duque de Segorbe, en la que se alojaba, hasta el Archivo de Indias, donde estudiaba documentos. Un breve paseo de unos quince minutos. Y es una narración de tal belleza que ameritó el premio periodísti­co Romero Murube de ese año. Una descripció­n de los tesoros que conserva la ciudad que tanto marcó ese imperio español al que Hugh había decidido dedicar buena parte de su madurez como historiado­r.

Porque Hugh era un verdadero británico: un hombre de mundo, una condición que creo que muchos de sus compatriot­as han perdido hoy. Él se presentaba como un partidario del vínculo Atlántico antes incluso que del europeísmo que también defendió con empeño. En uno de sus libros menos conocidos y que es uno de mis favoritos, «An Unfinished History of the World», publicado en noviembre de 1979, invocaba no a Europa sino a la civilizaci­ón occidental. «La mitad de la población de Occidente parece haber perdido la fe en sus propios ideales». Y para él esa fe no era una fe religiosa sino una fe en lo que el hombre tiene de eterno. Él enfatizaba el estudio de la historia como forma de generar autoconfia­nza. Permítanme terminar, entre los muros de ésta, la Iglesia Parroquial de la Familia Real británica, con esta cita de Hugh: «Sólo las sociedades que tienen fe en sí mismas, sobreviven y merecen sobrevivir. Esa autoconfia­nza debe derivarse del estudio del pasado de una sociedad. Los que quieran revivir Occidente no pueden olvidar que la libertad que deseamos tener con la forma de una democracia representa­tiva solo ha surgido con éxito hasta ahora en sociedades que fueron inspiradas en una u otra época por el valor absoluto que la Cristianda­d dio al alma».

Amén.

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ROCÍO RUZ

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