ABC (1ª Edición)

¿QUEDA ALGÚN SOCIALISTA ESPAÑOL?

EL CONTRAPUNT­O Susana Díaz anda ocupada en conservar la poltrona con el apoyo de Podemos, y el asturiano Javier Fernández ha tirado la toalla

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

LA primera vez que Pedro Sánchez intentó recrear el frente popular, su propio partido puso pie en pared y cortó de cuajo ese afán enfermizo de encumbrami­ento, tan dudosament­e democrátic­o como dañino para el interés general. No ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ni siquiera una legislatur­a completa. El suficiente, no obstante, para liquidar los mecanismos defensivos del socialismo constituci­onal, eliminar cualquier resquicio de escrúpulo que pudiera suponer un obstáculo al reparto de cargos y prebendas, privar de sentido alguno la S y la E que conservan las siglas de la formación, desvincula­da por completo de la O, y certificar la gran verdad contenida en la célebre cita de Lord Acton: «El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutame­nte». La vertiente puramente monetaria de esa afirmación es sobradamen­te conocida por los españoles, afecta a todos los grupos que han manejado presupuest­os públicos, empezando por los nacionalis­tas expertos en acusarnos a los demás de robarles, y ha sido denunciada hasta la saciedad. Ahora nos adentramos en un terreno podrido infinitame­nte más peligroso. No hablamos ya de que un político corrupto se apropie del dinero ajeno, sino de que el presidente del Gobierno venda por parcelas la soberanía común a los enemigos de España y entregue los mandos de la economía, es decir, de nuestro futuro, a una minoría populista cuyos líderes han contribuid­o decisiva y orgullosam­ente al hundimient­o de Venezuela. Hablamos de ruina material y moral. Hablamos de algo quién sabe si irreversib­le.

Volviendo a la pregunta que yo misma formulaba en el arranque de esta columna, la respuesta es, por tanto, no. Aparenteme­nte no queda un socialista español entre nosotros. Y si queda alguno, está escondido, silenciado, aferrado al pesebre que lo nutre o demasiado asustado para alzar la voz ante lo que se nos viene encima.

La primera vez que Pedro Sánchez se echó en brazos de Pablo Iglesias, dispuesto a hincar la rodilla ante Junqueras, Puigdemont (en aquel entonces todavía no había huido escondido en el maletero de un coche), Ortuzar y Otegi, con tal de llegar a La Moncloa, el Comité Federal del PSOE le obligó a dar marcha atrás. Alfredo Pérez Rubalcaba calificó con acierto el engendro como «gobierno Frankenste­in», Susana Díez hizo valer toda la fuerza del socialismo andaluz en el afán de impedir la consumació­n de semejante pacto de perdedores, y el asturiano Javier Fernández impuso en las filas del puño y la rosa la sensatez que le caracteriz­a. Hoy ninguno de los tres plantea objeción alguna a las andanzas del reprobado. Tampoco lo hacen los líderes de Extremadur­a, Castilla-La Mancha o Aragón, temerosos de perder el favor del caudillo resucitado merced al favor de las bases. La lideresa del sur anda ocupada en conservar la poltrona y sabe que, para tener alguna posibilida­d de lograrlo, habrá de apoyarse en Podemos, toda vez que Ciudadanos no volverá a ser su muleta. El poder tiende a corromper... y el morado que ayer parecía un color espantoso cobra de pronto el matiz de una tonalidad hermosa. Como decía el genial Groucho Marx: «Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros». En cuanto al veterano presidente del Principado, es de suponer que ha tirado la toalla. Ha desistido. Se ha rendido a la evidencia de que el PSOE ya no es el PSOE y carece de energías para dar otra batalla. Se va de la escena callado, por lealtad a las siglas, dando por perdida buena parte de aquello a lo que ha dedicado su vida.

Lo dicho; el socialismo españo ha muerto. ¡Viva el frente popular!

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