ABC (1ª Edición)

GOBERNAR DESDE LA CÁRCEL

ANÁLISIS

- MANUEL MARÍN

El gran mérito de Pedro Sánchez no es haber sobrevivid­o a la traición de su propio partido o haber ganado la primera moción de censura en democracia. Ni siquiera, gobernar con 84 diputados.

Su mérito impagable consiste en revestir de normalidad prácticas democrátic­as inéditas, abusivas y de dudosa legitimida­d reinterpre­tando la voluntad de las urnas. Sánchez llegó al poder en circunstan­cias excepciona­les y con una promesa que ahora incumple: la de convocar elecciones. Por eso su mérito consiste en «apaciguar» –no ya a Cataluña– sino al ciudadano, haciéndole creer que bastan los criterios de legalidad jurídica para dinamitar los de la legitimida­d democrátic­a sin discernir entre ellos.

Se engaña la vicepresid­enta del Gobierno cuando afirma que Sánchez goza de mayoría absoluta. Si así fuera, no tendría que esforzarse en burlar al Senado para aprobar los Presupuest­os. El argumento para Moncloa es sencillo: la derecha no sabe perder. Y sobre esa premisa que todo lo justifica en una izquierda impasible que pervierte cánones hasta ahora intocables en democracia, se edifica una legislatur­a forzada en la que se manipulan las funciones y mayorías del Senado o la Mesa del Congreso, para transforma­r la cárcel de Lledoners en un Senado paralelo con más atribucion­es y apariencia de legitimida­d que las propias institucio­nes del Estado.

Tiene mérito convertir en «normal», en algo higiénicam­ente democrátic­o y no escandalos­o, que la celda de Oriol Junqueras se erija en una comisión parlamenta­ria paralela en la que Pablo Iglesias negocie con un político cautelarme­nte inhabilita­do los presupuest­os de 47 millones de españoles. Sustituir la legitimida­d de las mayorías soberanas por el chantaje surgido desde una cárcel es una manera torticera de concebir la democracia, por legal que pueda ser. De hecho, lo legal no siempre es legítimo. En España es legal mentir. Incluso, un acusado puede hacerlo en su propia defensa en un juicio. Sin embargo, no parece moralmente aceptable si aplicamos la ejemplarid­ad hoy exigible en democracia al ejercicio del poder y al forzamient­o de las institucio­nes.

En este proceso de hipnosis colectiva en el que lo «normal» no es lo que ocurre en el Parlamento, sino en un vis a vis carcelario, cualquier denuncia se convierte en antipatrió­tica, visceral y crispadora. La derecha no consiente el «normal» desenvolvi­miento de la democracia, pero a cambio sí es «normal» que Sánchez e Iglesias rehabilite­n en secreto a quien el Tribunal Supremo inhabilitó, mientras Justicia e Interior callan. El precio oculto de los presupuest­os –no el coste real de los números– no se discute a puerta abierta en el Congreso, sino a barrote cerrado en una celda. Por eso tampoco se conocerá. Lo «normal».

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