ABC (1ª Edición)

UNA POLÍTICA EXTERIOR IMPROVISAD­A

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AÚN por conocer al detalle, lo sucedido en el consulado de Arabia Saudí en Estambul es un hecho deleznable. Se trata del asesinato de un periodista que resultaba incómodo para las aspiracion­es de un régimen tan alejado de la democracia como las dictaduras más siniestras del mundo, un crimen que viola las convencion­es más elementale­s del Derecho y que fuerza a la comunidad internacio­nal a retratarse. Al Gobierno de Pedro Sánchez, en concreto, le obliga a asumir una tercera toma de posición en cuestión de meses sobre sus relaciones con Riad, después de haber pasado de la hostilidad a la simpatía. Ahora, vuelta a la posición crítica, con el horizonte de los intereses de la industria española –civil y militar– en un país al que el petróleo ha dotado de una riqueza excepciona­l.

Cuando un Gobierno tiene claras las ideas que pretende defender no resulta tan difícil separar los intereses económicos de las convenienc­ias políticas, como han hecho Alemania o el Reino Unido. El problema del Ejecutivo de Sánchez es que depende de un dirigente que carece de ideas de calado. Ha llegado al poder por un camino insólito y se encuentra perdido ante las necesarias decisiones que su responsabi­lidad le impone. El único ideario de Sánchez consistía en expulsar de La Moncloa a Mariano Rajoy, pero nunca se sentó a pensar qué debe hacer el presidente del Gobierno de un país como España a la hora de defender sus intereses como nación. La inconsiste­ncia de las diferentes posiciones del Gobierno socialista a la hora de definir sus relaciones con Arabia Saudí es consecuenc­ia de su propia debilidad moral, porque le da igual pactar en las Cortes con fuerzas de vocación totalitari­a que defienden la dictadura venezolana o las que defienden la destrucció­n de España. ¿Cómo extrañarse de que no sepa qué hacer ante el caso Khashoggi?

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