ABC (1ª Edición)

Y España exangüe

- ÁLVARO MARTÍNEZ

¿De verdad que no queda por ahí un socialista que piense en la pobre España y en su maltrecha dignidad? ¿Pero dónde están esos barones y esas baronesas, dónde la vieja guardia y su docta experienci­a y presunto sentido de Estado? ¿Pero cómo es posible que admitan sin rechistar, pastueños y obedientes, que un señor de otro partido, que hasta hace dos días les insultaba, acusándole­s de crímenes de Estado al grito de «¡castuza!», se pasee por las cárceles y los palacios negociando con presos golpistas y presidente­s autonómico­s en nombre del Gobierno de España, haciéndole el trabajo al que se supone que es el jefe del Ejecutivo?

En apenas 72 horas Pablo Iglesias ha confirmado que es, de facto, el viceprimer ministro del sanchismo en un movimiento de autoprocla­mación consentida que tiene cierta lógica si tenemos en cuenta que si Sánchez ha llegado a La Moncloa sin pasar por las urnas, por qué a él se le va a exigir tal cosa. En realidad, es un sueño cumplido. Ha tenido que esperar casi tres años, pero al final parece que se ha hecho con los mandos del «frente popular», aquel que propuso en enero de 2016, tras las elecciones del diciembre anterior, en el que se nombraba a sí mismo vicepresid­ente del Gobierno y se quedaba para Podemos con los ministerio­s de Economía, Educación, Sanidad, Servicios Sociales, Defensa e Interior. Mirado con perspectiv­a, aquel desplante fanfarrón, ese venirse arriba de 2016, es menos hiriente que la vergonzosa entrega del Gobierno por poderes a la que asistimos estos días.

Ayer, Urkullu le cedió la tribuna oficial de Ajuria Enea para ofrecerle el «Estado plurinacio­nal», el «derecho de autodeterm­inación», el oro y el moro, igual que el viernes pasado había prometido a los golpistas presos y huidos, en un vis a vis carcelario o telefónico, árnica para los separatist­as encarcelad­os. A ambos, a Urkullu y a Junqueras, les trató de convencer de la necesidad de mantener, como sea, al Gobierno de los 84 diputados, ese llegado al poder con los votos de populistas, proetarras y separatist­as.

Mientras, el doctor ocupa (con k o con c) las horas haciéndose fotos y más fotos, en fábricas «que llenarán el país de prosperida­d» o donando sangre. Y entre tanto, la dignidad del Estado, exangüe después de que «el donante» haya entregado a Iglesias un poder para ir jugueteand­o por cárceles y palacios en nombre de España.

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POOL MONCLOA Pedro Sánchez se hizo ayer una foto donando sangre en La Moncloa
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