Y España exangüe
¿De verdad que no queda por ahí un socialista que piense en la pobre España y en su maltrecha dignidad? ¿Pero dónde están esos barones y esas baronesas, dónde la vieja guardia y su docta experiencia y presunto sentido de Estado? ¿Pero cómo es posible que admitan sin rechistar, pastueños y obedientes, que un señor de otro partido, que hasta hace dos días les insultaba, acusándoles de crímenes de Estado al grito de «¡castuza!», se pasee por las cárceles y los palacios negociando con presos golpistas y presidentes autonómicos en nombre del Gobierno de España, haciéndole el trabajo al que se supone que es el jefe del Ejecutivo?
En apenas 72 horas Pablo Iglesias ha confirmado que es, de facto, el viceprimer ministro del sanchismo en un movimiento de autoproclamación consentida que tiene cierta lógica si tenemos en cuenta que si Sánchez ha llegado a La Moncloa sin pasar por las urnas, por qué a él se le va a exigir tal cosa. En realidad, es un sueño cumplido. Ha tenido que esperar casi tres años, pero al final parece que se ha hecho con los mandos del «frente popular», aquel que propuso en enero de 2016, tras las elecciones del diciembre anterior, en el que se nombraba a sí mismo vicepresidente del Gobierno y se quedaba para Podemos con los ministerios de Economía, Educación, Sanidad, Servicios Sociales, Defensa e Interior. Mirado con perspectiva, aquel desplante fanfarrón, ese venirse arriba de 2016, es menos hiriente que la vergonzosa entrega del Gobierno por poderes a la que asistimos estos días.
Ayer, Urkullu le cedió la tribuna oficial de Ajuria Enea para ofrecerle el «Estado plurinacional», el «derecho de autodeterminación», el oro y el moro, igual que el viernes pasado había prometido a los golpistas presos y huidos, en un vis a vis carcelario o telefónico, árnica para los separatistas encarcelados. A ambos, a Urkullu y a Junqueras, les trató de convencer de la necesidad de mantener, como sea, al Gobierno de los 84 diputados, ese llegado al poder con los votos de populistas, proetarras y separatistas.
Mientras, el doctor ocupa (con k o con c) las horas haciéndose fotos y más fotos, en fábricas «que llenarán el país de prosperidad» o donando sangre. Y entre tanto, la dignidad del Estado, exangüe después de que «el donante» haya entregado a Iglesias un poder para ir jugueteando por cárceles y palacios en nombre de España.