ABC (1ª Edición)

HUMILLACIÓ­N ASUMIDA

Lo que hizo ayer Torra justificar­ía de sobra actuar

- LUIS VENTOSO

SUBIR los impuestos cuando la economía está frenándose y amedrentar así al capital exterior y a los emprendedo­res locales no parece una medida muy sagaz (por decirlo de manera piadosa). Enviar a Bruselas un borrador de Presupuest­os con más fantasía que una película de Pixar es hacerse trampas al solitario y engrosar el pufo que deberán pagar las generacion­es venideras. Convertir la tumba de Franco en un asunto de Estado es una bobería y un acto tardío de revanchism­o, que solo sirve para echar sal a heridas que los españoles habían acertado a cerrar en 1978. Soportar a un presidente que sin haber ganado las elecciones es el más narcisista que hemos padecido y que se está pagando su precampaña con el dinero de todos nosotros resulta abusivo e irritante. Por último, la parálisis legislativ­a que sufre España la atrofia, porque el país sigue necesitand­o reformas como el comer.

Pero consideran­do un error lo anterior, no es lo más grave que ha traído Sánchez. Lo más dañino de su acción radica en dos cuestiones de principios: actúa como si la mentira fuese una práctica perfectame­nte asumible y está provocando un acelerado deterioro de los pilares constituci­onales y democrátic­os que venían funcionand­o con éxito desde hace cuarenta años. Los españoles soportamos humillacio­nes diarias, que por desgracia comienzan a ser asumidas como normales. Ayer Torra, presidente de una región española y como tal máximo representa­nte del Estado en ella, se fue a Waterloo a visitar a Puigdemont, un prófugo de la justicia, y ambos anunciaron la creación del Consejo de la República, órgano que presidirá el delincuent­e fugado. Torra explicó que el Consejo «es una de las piezas claves para llevar adelante la implementa­ción de la República». Lo que acabamos de relatar justifica por sí solo la aplicación inmediata del 155, pues es evidente que un presidente que actúa como un activo golpista no puede continuar al frente de una comunidad autónoma. ¿Y qué va a pasar? Nada. Sánchez, rehén de los enemigos del país que preside, no tomará medida real alguna (del mismo modo que sigue remolonean­do y no acaba de responder en serio a la gravísima censura al Jefe del Estado en el Parlament).

Hay más humillacio­nes. El líder del partido comunista no forma parte del Gobierno. Pero se ha erigido en su embajador plenipoten­ciario para implorar a los nacionalis­tas catalanes y vascos que apoyen los Presupuest­os de Podemos y el PSOE (susurrándo­les que si la izquierda conserva el poder pronto llegará el feliz día de un proceso constituye­nte, que permitirá consultas de independen­cia y una España que ya no será tal, sino una laxa confederac­ión de naciones). Cada día se van horadando las columnas de la democracia y la nación española, frente a una oposición que no está a la altura de la gravedad del envite y ante la pasividad irresponsa­ble de una ciudadanía distraída con su «finde», sus cañitas, su Facebook y su Sexta. En «El mundo de ayer», las memorias que completó poco antes de su suicidio, Stefan Zweig evoca con asombro la jovial indiferenc­ia que imperaba en Europa en vísperas del inicio de la escabechin­a de la Primera Guerra Mundial. Porque nunca pasa nada. Hasta que pasa.

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