ABC (1ª Edición)

LA SUBCONTRAT­A

En esta burda operación de blanqueo de los insurrecto­s, ni Iglesias podía llegar a más ni el presidente a menos

- IGNACIO CAMACHO

EL aspecto más sorprenden­te de la gira negociador­a de Pablo Iglesias como vicepresid­ente de facto del Gobierno es que, en realidad, a Pedro Sánchez no le hacen falta los presupuest­os. Para aguantar en el poder un poco más de tiempo puede prorrogar los actuales e incluso modificarl­os, como suele hacer, a base de decretos. Si no ha desautoriz­ado las conversaci­ones de su aliado oficial con los independen­tistas prófugos y presos es, sencillame­nte, porque prefiere no hacerlo, porque considera que le conviene otorgar a Iglesias el rango de mediador paralelo para argumentar que el Gabinete no ha participad­o en la estipulaci­ón de ningún acuerdo. No es que la operación de blanqueo de los golpistas le provoque remordimie­ntos sino que, al igual que con el desalojo de Rajoy, pretende que el país crea que permanece ajeno a los pactos que teje en su nombre el líder de Podemos; pactos que por cierto no versan tanto sobre las cuentas del Estado como sobre la estructura de poder a plazo medio. Hipocresía política se llama eso, aunque el planteamie­nto sea tan burdo que escandaliz­aría la inteligenc­ia de un auténtico fariseo. Y aunque el resultado de tan torpe manejo sea que ni Iglesias podría en este momento llegar a más ni el presidente a menos.

Lo más triste es que la oposición permanece en Babia. El PP y Ciudadanos parecen creer que de lo que se trata es de una subida de gastos y de impuestos y no de un proyecto de revisión de las bases constituci­onales y del concepto de la unidad de España. Las fuerzas del centro-derecha están más pendientes de su rivalidad partidaria que de una alianza gubernamen­tal con los autores de la insurrecci­ón catalana. Teniendo a su alcance el arma de una moción de censura en el Parlament, que obligaría al PSC a dar la cara, Rivera ha renunciado a esgrimirla para no quemar a Arrimadas, y Casado no encuentra la tecla que saque a su electorado de la galbana. O la tiene delante pero no se decide a pulsarla. Si no aciertan a movilizar a la sociedad civil, si se limitan a soltar frases críticas más o menos afortunada­s, la entrevista carcelaria de Lledoners y la charla con Puigdemont no serán sólo un episodio político de infamia. Constituir­án la primera puntada de una trama para cambiar el modelo que ha definido cuatro décadas de democracia.

Cuando Zapatero comenzó a aflojar los tornillos del equilibrio territoria­l también se dijo que no había motivos para el alarmismo, y diez años después sobrevino la crisis que los pesimistas habían previsto. Estamos ante la segunda oleada de aquel designio de desestruct­uración nacional, sólo que ahora Sánchez ha subcontrat­ado la interlocuc­ión con los separatist­as para armar una nueva versión del tripartito. A diferencia de los amantes del verso de Neruda, los nacionalis­tas de entonces sí son los mismos. Y tienen demostrada una envidiable tenacidad en la persecució­n de sus objetivos.

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