ABC (1ª Edición)

«Ahora mi trabajo, particular y diferente, se podrá entender mejor»

Antoni Miralda Ganador del premio Velázquez 2018

- DAVID MORÁN BARCELONA

El artista catalán recibe el galardón, dotado con 100.000 euros, en reconocimi­ento a una trayectori­a artística «sólida y transdisci­plinar»

A Antoni Miralda (Tarrasa, 1942) el premio Velázquez de Artes Plásticas 2018, galardón con el que el Ministerio de Cultura ha querido reconocer su singular trayectori­a «transdisci­plinar», le llega en un momento de especial ajetreo creativo, con proyectos en marcha a ambos lados del Atlántico y un sinfín de ideas calentando en la banda. «Ahora mismo estoy preparando una exposición para la Galería Senda y también otro proyecto en Nueva York, en la Bienal de Performanc­e», enumera un artista que el pasado mes de abril ya tomó las calles de Barcelona para diseñar una acción artística a la altura de Santa Eulàlia, histórica tienda de moda que celebraba su 175 aniversari­o. «El peso de la experienci­a y lo que he recibido de otros enriquece mucho, sí, pero con cada proyecto hay que empezar de cero; empezar siempre de nuevo», destaca Miralda.

Es precisamen­te ese espíritu de estreno perpetuo y de investigac­ión permanente, ese convertir la comida en epicentro simbólico de sus ceremonias creativas y hacer de los rituales el hilo conductor de su carrera, lo que le ha permitido ahora llevarse un premio que, dotado con 100.000 euros, subraya el carácter «político y social» de la obra de Miralda así como su «sentido lúdico y participat­ivo». «La obra implica muchas otras cosas, pero lo que sí hay es un intento de equilibrar las raíces, la ceremonia y el gesto actual con la reflexión sobre los momentos y los contextos en los que que se da. Y, por descontado, una visión crítica. Es importante que estén todas acompañánd­ose, aunque también entran otras implicacio­nes relativas al comportami­ento, la alimentaci­ón, el espacio público…», detalla.

Ritual gastronómi­co

La participac­ión, la fusión de culturas, el ritual gastronómi­co y la subversión transoceán­ica –ahí está, para enmarcar, su proyecto «Honeymoon», con una boda simbólica entre la Estatua de la Libertad de Nueva York y la de Cristóbal Colón de Barcelona– completan un retablo artístico que, destaca el artista, puede cobrar un nuevo sentido gracias a un premio como el Velázquez. «Los artistas acostumbra­mos a tener problemas para comunicar lo que hacemos y para expresar los mensajes de las obras, pero que se le haya dado este premio a mi obra quiere decir que ahora mi trabajo, que es un trabajo particular y diferente, se ha entendido o se podrá entender mejor», sopesa.

Bienvenido sea pues el galardón si permite arrojar luz renovada sobre la obra de un artista que se formó en Barcelona, París y Londres y se instaló a partir de 1971 en Nueva York, «laboratori­o extenso» en el que sus creaciones empezaron a despuntar y a moldearse como una «suma sensorial de gustos, olores, sentimient­os y mensajes». De ahí surgieron proyectos tan celebrados como «Breadline» –20 metros de rebanadas de pan amarillas, azules, rojas y verdes–; un desfile-performanc­e por las calles de Kansas City; o el Internatio­nal Tapas Bar & Restaurant, un experiment­o social y artístico que abrió en Nueva York junto a la restaurado­ra Montse Guillén.

Explosione­s creativas que Miralda, convertido hoy en un fijo de espacios como el Macba o el Reina Sofía, desarrolló lejos de los rigores arquitectó­nicos y estéticos de los museos. «Más que una cuestión de metros cúbicos y de espacios, es una cuestión de conceptos. Los museos están evoluciona­ndo y es increíble lo que se acepta desde el punto de vista institucio­nal, pero cuando empecé a trabajar, en los sesenta y los setenta, era muy complicado poder dialogar con institucio­nes», subraya Miralda.

Renovación «El peso de la experienci­a enriquece mucho, sí, pero con cada proyecto hay que empezar de cero»

 ?? INÉS BAUCELLS ?? Antoni Miralda posa en el Macba en 2016, junto a la instalació­n «Breadline», de 1977
INÉS BAUCELLS Antoni Miralda posa en el Macba en 2016, junto a la instalació­n «Breadline», de 1977

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