ABC (1ª Edición)

¿POR QUÉ TRUMP?

No es lo mismo verlo desde Europa que desde Estados Unidos

- LUIS VENTOSO

EL noble francés decimonóni­co Alexis de Tocquevill­e nació en una familia monárquica. Las cabezas de muchos de sus ancestros rodaron en la guillotina durante el genocidio del Terror revolucion­ario. Tal vez por eso su talante fue siempre moderado, liberal, alérgico a los radicalism­os. En 1831 viajó por primera vez a la joven república de los Estados Unidos y la recorrió boquiabier­to durante nueve meses. Su sistema de contrapeso­s políticos lo deslumbró. Su clásico, «La democracia en América», rezuma admiración por la inteligenc­ia de los padres constituye­ntes y enseña lo importante que son los pilares institucio­nales para sostener a una nación libre en el tiempo. Aquel infalible mecano constituci­onal sigue funcionand­o perfectame­nte 231 años después de su rúbrica (en España somos tan originales que algunos políticos, léase nuestro gran Sánchez, llegan a afirmar que la Constituci­ón de 1978 no sirve «porque no la han votado los jóvenes»). Allá en su siglo XVIII, Madison, Jefferson, Paine, John Adams... acordaron no dejar barra libre al poder ejecutivo y previeron el contrapeso de las dos cámaras y los tribunales. El milagro es que sus reglas continúan operativas y los estadounid­enses se sirven de ellas con notable agudeza política, por eso es habitual que en las elecciones de mitad de mandato el partido del presidente pierda el control del Congreso o del Senado. Y eso, y no otra cosa, es lo que ha vuelvo a ocurrir este martes: los demócratas han recuperado el Congreso y podrán atar más corto a Trump. Pero de ahí a concluir que el presidente ha sido vapuleado media un abismo. De hecho, ha salvado el envite y sus posibilida­des electorale­s para dentro de dos años siguen intactas.

Personalme­nte no me agrada Trump, sobre todo por esa fijación miope que lo ha llevado a renegar de los valores occidental­es y de la gran alianza para protegerlo­s y expandirlo­s, fundada precisamen­te por Estados Unidos. Tampoco me agrada su grosería contra la prensa (al fin y al cabo soy del gremio), ni su torpe guerra comercial antilibera­l. En resumen: un presidente analógico lanzando puñetazos al aire en un mundo digital que no acierta a entender. Sin embargo, en Europa leemos mal su figura. Nos quedamos en la carcasa y no nos paramos a pensar por qué gusta a millones de sus compatriot­as (tantos que ganó las elecciones siendo un outsider). En primer lugar, la economía va como un tiro con él: 3,7% de paro, la menor cifra en 49 años, y los salarios, creciendo al mayor ritmo en nueve ejercicios. Pero hay algo más. Como bien ha explicado el politólogo Mark Lilla, mientras el Partido Demócrata se dispersa en atender a los ombligos de las diversas minorías, Trump, guste o no, es el único que apela al caudal ancho de la sociedad. Ofrece un discurso claro para toda la nación. Los urbanitas bien formados de las capitales liberales lo desprecian. No soportan sus baladronad­as faltonas y su tobogán emocional. Pero si eres una persona del Medio Oeste profundo, que se ha quedado con una mano detrás y otra delante porque la fábrica del pueblo ha volado a China, lo probable es que su «American first» te diga algo más que el correctísi­mo pero inane obamismo.

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