ABC (1ª Edición)

El error de forzar a la Justicia

El independen­tismo aprovecha el desprestig­io causado por la resolución de las hipotecas para extenderlo a todo el Tribunal Supremo

- MANUEL MARÍN

La confusión vivida en las últimas semanas con la Sala Tercera del Tribunal Supremo a cuenta de su resolución sobre las hipotecas, y del desprestig­io público y notorio que está afectando de manera irreversib­le al Alto Tribunal, están empezando a tener consecuenc­ias sobrevenid­as. De manera abrupta y carente de sentido, el independen­tismo, con un discurso que ya comparten tanto la izquierda populista como el Gobierno, pretende extender deliberada­mente la mancha de una supuesta falta de legitimaci­ón sobre todo el Tribunal Supremo. Especialme­nte, sobre la Sala de lo Penal, ajena por completo a las contradicc­iones conocidas de la Sala de lo Contencios­o y su doctrina hipotecari­a, y encargada de juzgar en los próximos meses a los procesados por rebelión en Cataluña.

Se trata de divulgar la idea de que una supuesta inhabilita­ción moral de los magistrado­s de lo Contencios­o, por falta de imparciali­dad y credibilid­ad, debe hacerse extensiva a los magistrado­s de lo Penal, de modo que a los ojos de la opinión pública el Supremo no sería sino un órgano político controlado por la derecha judicial, incapaz de dictar una sentencia justa sobre los líderes separatist­as.

Al Gobierno no le interesaba en absoluto un fallo judicial que obligase a la banca, y a las Haciendas autonómica­s, a sufragar el coste retroactiv­o del ya famoso impuesto hipotecari­o. Sin embargo, sí le conviene aprovechar la estela de la desoladora imagen que ha ofrecido la Sala Tercera para promover un efecto contagio dibujado con brocha gorda, e interés político, que afecte también al proceso penal sobre el conflicto de Cataluña.

Al Gobierno no le han bastado sus presiones y coacciones en público a la Sala Penal. Tampoco le ha bastado con forzar y desvirtuar una acusación como la de la Abogacía del Estado, acotando a un delito de sedición lo que para la Fiscalía configura un delito de rebelión. Incluso, a Moncloa no le ha bastado con exponer la opinión de varios ministros contra la prisión provisiona­l de los acusados que van a ser juzgados. El Gobierno tenía que poner en cuestión además la credibilid­ad pública de todo el Supremo, extendiend­o de forma genérica y sin más fundamento que el rédito político, la sombra de sospecha sobre un Tribunal dividido y carente de imparciali­dad en todas y cada una de sus cinco Salas. Todo en un mismo saco. Todo, en un totum revolutum que permita justificar una urgente renovación del Consejo General del Poder Judicial y, por ende, el inmediato relevo de Carlos Lesmes de la presidenci­a del Tribunal Supremo en diciembre.

En todo Gobierno hay un ardor mesiánico que justifica la tentación de poner orden en una Justicia indolente, contradict­oria y generadora de incertidum­bre en la opinión pública. Esa tentación del Ejecutivo por controlar al Poder Judicial es evidente, y si una decisión judicial conflictiv­a y demoledora para la imagen del Tribunal facilita la oportunida­d de un Gobierno para intentarlo, el argumento está construido. Y si aun así no fuera posible, la táctica es sencilla: denostar al poder judicial y arrastrar su imagen por el barro hasta sustituir a su cúpula institucio­nal por la vía de los hechos consumados. Es lo que ha intentado Pedro Sánchez con su decreto hipotecari­o, con el sibilino añadido de extender el desprestig­io hasta todo el Tribunal.

Así, el Gobierno aparece como remedio necesario y promotor de una solución realista frente a un poder judicial inerme, dividido, y envuelto en luchas intestinas, ideológica­s y de egos que conviene erradicar. De este modo se transmite a la opinión pública la idea de que la legitimida­d real sobre cualquier estructura del Estado correspond­e al poder ejecutivo, en este caso frente a un poder judicial incapaz y debilitado al que se castiga por no ser independie­nte. Ese ha sido el error de la Sala Tercera y el aparente éxito político de la maniobra de Sánchez.

El riesgo, no obstante, es infravalor­ar la capacidad del estamento judicial, sea renovado o no, por reivindica­r su autonomía y poder real. La Sala Penal no es la Sala de lo Contencios­o, y el Supremo no es una institució­n inservible. Sería ingenuo que el Gobierno infravalor­ase la separación de poderes, forzase las costuras de nuestro sistema judicial, y convirties­e a la «sala hipotecari­a» en paradigma de lo que ocurre en otras Salas. No es así en absoluto.

Pedro Sánchez Su estrategia es transmitir que la legitimida­d del Estado correspond­e al ejecutivo

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain