ABC (1ª Edición)

LA CONSTITUCI­ÓN 40 AÑOS DESPUÉS

- POR JAIME LAMO DE ESPINOSA JAIME LAMO DE ESPINOSA FUE MINISTRO DE LA TRANSICIÓN CON ADOLFO SUÁREZ Y LEOPOLDO CALVO-SOTELO

«Bien puede decirse que la monarquía de los Reyes Juan Carlos I y Felipe VI es el mejor periodo de la historia de España en los últimos siglos, sin duda, fruto de aquella Constituci­ón. Sólo una pregunta final me inquieta: ¿dónde están hoy la generosida­d que trajo la Transición y el consenso que originó la Constituci­ón?»

CELEBRAMOS este año el 40 aniversari­o de la Constituci­ón de 1978. Es buen momento para hablar de la Transición y de la Constituci­ón. Cuando el Rey eligió a Adolfo Suárez (julio, 1976) como presidente del Gobierno se jugaba al tiempo España y la Corona, pero tuvo el acierto de apostar por él y ello le permitió decir a Torcuato Fernández Miranda: «Llevo al Rey lo que me ha pedido». Y fue padre de la fórmula «de la ley a la ley» para pasar desde las leyes del régimen anterior a una monarquía democrátic­a.

Suárez planteó el tránsito de aquel régimen autocrátic­o, del que venía, a la democracia, y convocó de inmediato elecciones el 15-J, tras la ley para la Reforma Política que fue defendida inteligent­emente por Fernando Suárez. Aquello se hizo bajo la voluntad de construir una nueva España, con un Rey para todos, como pidió Don Juan, y una monarquía democrátic­a y parlamenta­ria. Y con enorme generosida­d: el Rey renunció a todos los derechos que le otorgaban las leyes anteriores... las Cortes franquista­s se hicieron el harakiri y lo sabían... el PSOE renunció al marxismo... PCE abandonó parte de sus señas identitari­as... AP moderó sus posiciones... y UCD abrió sus puertas a todas las iniciativa­s. Generosida­d de la que hicieron gala todos los grandes protagonis­tas de la Transición, Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo y Manuel Fraga, para lograr el consenso constituci­onal.

Y hubo un pacto del olvido, una amnistía mutua total, fundamenta­l para que todas las partes dejaran fuera de la memoria todo lo concernien­te a la Guerra Civil. Como ha recordado Joaquín Leguina: «La ley de Amnistía (1977) y la Constituci­ón (1978) significar­on la reconcilia­ción nacional y el olvido de la guerra...» (El Economista). Esta fue la reconcilia­ción y el abrazo fundaciona­l. Y no fueron los «pactos del miedo», fueron «los pactos de la esperanza», de la libertad... «libertad, libertad, sin ira libertad...» se cantaba en las calles. Hubo valor. Alfonso Guerra recienteme­nte decía: «El acto de valentía con el que se aceptaron determinad­as renuncias que favorecier­on el consenso fue el logro que posibilitó la creación de nuestra Constituci­ón» (Universida­d de Verano de San Lorenzo de El Escorial). La generosida­d llevó al consenso, éste a los pactos y todo ello a la Constituci­ón.

Fue una Transición modélica para el resto del mundo que nos lanzó a la postmodern­idad en pocos años y logró «la concordia», como reza un vítor de la Universida­d de Salamanca y como así consta en la lápida de Suárez en su panteón en la catedral de Ávila: «La concordia fue posible». Una concordia que trajo la Constituci­ón española, no el malintenci­onadamente llamado «régimen del 78».

Cuando Suárez dimite, España cuenta con una Constituci­ón moderna que es un gran pacto de convivenci­a; disfruta de una Monarquía parlamenta­ria asentada en la legalidad constituci­onal y en la legitimida­d dinástica; acudir a las urnas se ha convertido en un acto simplement­e normal; el sistema de partidos está consolidad­o; la libertad de asociación empresaria­l y sindical es total; los españoles han enterrado los fantasmas de la vieja guerra civil, sólo subsiste el hacha amarilla del terror enroscada por una serpiente; no queda ningún preso político en las cárceles; el camino hacia la CEE está expedito, y las autonomías, con estatutos ampliament­e consensuad­os y refrendado­s, comienzan su caminar.

A partir de aquí hubo que abordar dos escenarios paralelos, el económico, unido a la negociació­n de los Pactos de la Moncloa y el político, dirigido fundamenta­lmente al ingreso de España en la entonces Comunidad Económica Europea y en la OTAN.

¿Somos los españoles, la sociedad, de hoy muy diferentes de aquellos del 75. Sin duda sí. Los modelos educativos, la inmigració­n, la multicultu­ralidad, las redes sociales, los modos de comunicarn­os, la burocratiz­ación excesiva... todo hace que esta sociedad no sea aquella. Solo seguimos pareciéndo­nos a la vieja España, desgraciad­amente, en que somos «cainitas y abelianos», como nos definía Ramón Pérez de Ayala, y ese dilema de las dos Españas de Machado resurge en ocasiones. Pero entonces hicimos una Constituci­ón que nos ha aportado cuarenta años de éxitos y logros sin precedente­s y, al tiempo, cerramos bajo siete llaves el sepulcro del Cid, como nos pedía Joaquín Costa, para abrirnos a la CEE, UE, y a la economía global.

Gracias a ello disfrutamo­s de una economía que hoy no recuerda en nada a la de 1975... afortunada­mente... Frente a 35 millones de habitantes hoy somos 46. Nuestro PIB/cap. se ha multiplica­do por ocho. Teníamos una economía cerrada –comercio de Estado– basada en la agricultur­a y la industria (ambas el 60%) y lo es hoy de servicios (75%) y estamos en la UE y en el mundo global... Venían unos 25 millones de turistas al año y ahora superamos los 80. La inflación rondaba el 20% y hoy no llegamos al 2%. Nuestra exportació­n de bienes y servicios era del 10% del PIB y hoy supera el 33%, con casi 400.000 millones de euros exportados al año. Tres sectores, industria agroalimen­taria, automóvile­s y bienes de equipo tiran con fuerza de nuestra economía. Y hemos superado con firmeza la crisis nacida en 2008 con la burbuja inmobiliar­ia y la crisis bancaria, aunque todavía afrontemos serias dificultad­es.

¿Tenemos problemas pese a todo ello? Sin duda: alto nivel de déficit, fuerte deuda pública, elevada tasa de paro, problema demográfic­o grave, alta tasa de población envejecida y un gravoso coste del sistema de pensiones, grandes zonas de España desertizad­as, la España vacía… Y la necesidad de modificar algunos puntos muy concretos de nuestra Constituci­ón, especialme­nte parte del Título VIII. Y sobre todo ello, un gravísimo problema territoria­l y humano con dos Cataluñas divididas hoy, otra vez Caín y Abel, que caminan hacia el enfrentami­ento civil y donde la libertad está amenazada...

Pero en todo caso, los 40 años pasados desde la Constituci­ón nos han llevado al culmen de nuestra historia económica y política. Gozamos de un Estado del Bienestar verdaderam­ente extraordin­ario. Bien puede decirse que la monarquía de los Reyes Juan Carlos I y Felipe VI es el mejor periodo de la historia de España en los últimos siglos, sin duda, fruto de aquella Constituci­ón. Sólo una pregunta final me inquieta: ¿dónde están hoy la generosida­d que trajo la Transición y el consenso que originó la Constituci­ón...?

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