ABC (1ª Edición)

Las tiranías arbitraria­s

- SALVADOR SOSTRES

Felipe González casi siempre tiene razón y efectivame­nte Venezuela no es una dictadura, sino «una tiranía arbitraria». La conversaci­ón sobre Maduro, y antes sobre Chávez, tiene el mismo problema que la que pudiéramos tener sobre Puigdemont, y es que los tres fueron votados y ganaron las elecciones. Churchill decía que bastaban cinco minutos con un votante para dejar de creer en la democracia, y unos amigos de mi familia, venezolano­s y exiliados, cuando les pregunté cómo podía ser que un país tan extraordin­ario como el suyo hubiera caído en manos tan siniestras, me respondier­on con una sinceridad tan cristalina como abrumadora: «éramos felices y no lo sabíamos», y un poco como en Madrid y en Barcelona, aunque con consecuenc­ias mucho más graves, se dejaron llevar por el populismo de la queja y así le dieron el poder general del Estado a quien se presentaba como su salvador y ha acabado siendo su verdugo.

La tiranía arbitraria de Maduro, tan quirúrgica­mente definida por el presidente González, y tan vergonzosa­mente defendida por Íñigo Errejón, nos ha de hacer reflexiona­r sobre lo frágil que puede llegar a ser nuestro sistema de libertades si no cuidamos de él, si como los amigos de mi familia no nos damos cuenta de que somos felices y que tenemos mucho que perder.

Es lamentable­mente propio de sociedades prósperas y de economías bienestant­es inventarse dramas que no existen. Que Ada Colau haya llegado a ser la alcaldesa de la ciudad donde probableme­nte se vive mejor del mundo es un insulto, pero no para Colau, que nunca ha engañado a nadie, sino para los barcelones­es, que parece que no hayamos entendido todavía que la ignorancia es no saber lo que nos hace felices.

España está a unos cuantos cientos de miles de votos equivocado­s de provocarse una debacle en propia puerta, parecida o peor a la venezolana. Un país que le ha dado a Podemos cerca de 70 diputados en el Congreso no puede considerar­se totalmente a salvo del cáncer populista que todo lo arrasa. Sólo inteligenc­ias muy limitadas, y demasiado resentidas para comprender la realidad en toda su complejida­d, pueden tomar las palabras de Felipe como un atenuante o una disculpa de las salvajes tropelías de Maduro. Todo lo contrario: son una muy nítida advertenci­a, nada desproporc­ionada, de que nos podría ocurrir lo mismo si nos comportamo­s como nihilistas caprichoso­s y estúpidos en lugar de atender a la responsabi­lidad de cualquier ciudadano libre y vertebrado.

La libertad es un deber y cuando no la defendemos la toman por asato los mortíferos jinetes de las tiranías arbitraria­s.

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EFE Felipe González, junto a Josep Borrell durante la inauguraci­ón del Foro Iberoameri­cano, ayer en Madrid
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