ABC (1ª Edición)

ALEGATO POR EL PERDÓN

En Ruanda, como en España, la llamada «memoria histórica» sólo vale para no perdonar. Para echar sal en las heridas

- RAMÓN PÉREZ-MAURA

ESTA semana se estrena en salas cinematogr­áficas españolas –muchas menos de las que debiera– una película/documental que haría mucho bien si de verdad tuviera la difusión que merece. Su título no tiene gran atractivo: «El mayor regalo». Y el tema que trata aparenta no tener ninguno: el perdón. Su director, Juan Manuel Cotelo, ha hilado cinco historias desgarrado­ras en las que el perdón es muy difícil de dar o de aceptar. Porque no hay verdadero perdón si alguien no lo ofrece o lo pide y la contrapart­e lo acepta o concede. Y todas esas opciones implican comerse un orgullo que las afrentas hacen muy difícil de sobrelleva­r.

Cotelo ha tomado cinco historias en algunos casos similares y en otros muy diferentes y las ha hilado con una trama peliculera muy caricature­sca que daña más de lo que beneficia al relato. Está el caso de un terrorista del IRA al que su conciencia le obligó a pedir perdón después de todo el dolor causado; está el caso mejor conocido por los españoles, el de Irene Villa, que recuerda cómo desde el primer momento su madre, víctima también de ETA, le inculcó la necesidad de perdonar y cómo su padre no fue capaz de dar ese perdón hasta que nació su primera nieta; está el caso de Ramón Isaza, un paramilita­r colombiano que asesinó aproximada­mente a 1.500 personas –aunque la historia queda un poco descontext­ualizada y hubiera sido útil explicar mejor cómo surgió esa violencia terrible que ha desangrado Colombia durante sesenta años.

Hay la narración de un caso muy diferente, en el que se requiere otro tipo de perdón. Es la historia de un matrimonio con hijos en el que un buen día la madre abandona el hogar y se va con otro hombre. Su marido la aguarda durante lustros, poniendo su sitio en la mesa cada día hasta que un buen día, con mucha oración y mucha fe por medio, ella vuelve al hogar. Sin reproches. Con perdón pedido y otorgado. Una realidad muy difícil de imaginar.

Y está, finalmente, el caso más impresiona­nte de todos. El que se presenta como el reino del perdón en la tierra: Ruanda. Allí en 1994 se perpetró el mayor genocidio de la historia de la Humanidad en términos de muertos en un periodo de tiempo. Fueron 800.000 tutsis masacrados en 100 días por los hutus. No hay datos históricos de otra barbarie de proporcion­es similares. Unos 333 asesinados cada hora, las 24 horas del día, los siete días de la semana durante poco más de tres meses. Pero apenas un cuarto de siglo después, la Ruanda que nos presenta Cotelo es hoy un remanso de paz y de convivenci­a civilizada. Y lo es porque han aprendido a perdonar, han comprendid­o la trascenden­cia de un gesto sin el que es imposible vivir y progresar.

Ver esta película haría mucho bien a tantos generadore­s de odio como hay en España. A estos gobernante­s que ochenta años después del final de nuestra Guerra Civil siguen jaleando el odio. Ni ofrecen perdón, ni lo aceptan de quien se lo da. En Ruanda, como en España, la llamada «memoria histórica» sólo vale para no perdonar. Para echar sal en las heridas, para no olvidar. ¿Quién gana con ello? Los que no son capaces de hacer nada bueno. Para ser valiente no hay que profanar tumbas. El verdadero valiente es el que está dispuesto a pedir perdón, por ejemplo por el bombardeo de Cabra y, sobre todo, el que está dispuesto a otorgarlo por tantas otras razones. Mas cuán nigérrimo es el futuro del país gobernado por los que odian.

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