ABC (1ª Edición)

Un hombre solo frente a su vida

Autor e intérprete: Mark Lockyer. Dirección original: Ramin Gray. Directora de reposición: Alice Martin. Teatro Español, Madrid.

- DIEGO DONCEL

Mark Lockyer está este fin de semana en Madrid y ha traído su vida a cuestas. La ha traído para echarla en los oídos y en el corazón de los espectador­es, para cortar el aliento del público con el relato afilado de todos sus rincones oscuros. Los amores que tuvo y a los que traicionó, la importante carrera como actor que vio despeñarse en medio de la mentira, su paso por clínicas psiquiátri­cas y prisiones, sus intentos de suicidio, la larga travesía por el alcohol, las drogas y la enfermedad mental. Todo está aquí, lleno de dolor y de humor, de sonrisas y de tragedia. Lo suyo no es un ejercicio de autoficció­n sino una confesión autobiográ­fica sobre los límites que traspasó y el esfuerzo por volver a un orden mental y existencia­l, por volver de nuevo a la corriente de la vida.

Lockyer espera a los asistentes a la puerta de la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, bajo el frío, bajo la llovizna. Después les ofrece café, té y pastas. El escenario es la caja negra, una alfombra, unas escaleras, focos amontonado­s. Desnudez escenográf­ica para dar cobijo al acto de desnudez que vamos a presenciar. Si como dijo Shakespear­e la vida es el cuento de un loco lleno de ruido y de furia, este es el relato de un loco dicho con los ojos, la saliva en los labios y la camisa llena de sudor. Un loco que buscó la catársis y la redención. Su interpreta­ción es tan apasionada, tan verdadera que, a veces, se hace insoportab­le si no fuera porque nunca abandona la gracia, el ingenio y la ironía. Un hombre solo frente a su vida, mostrando sus monstruos, sus demonios interiores, señalando el camino que le ha permitido volver a respirar, a vivir.

«Living with the lights on», que también tiene un bello título en castellano, «Vivir con las luces encendidas», es perturbado­ra como hecho teatral. No se la puede juzgar con los parámetros que le hemos impuesto al género. La ficción queda inservible frente a la desmesura de la vida, la ficción queda como un ejercicio intelectua­l frente a este acto de despojamie­nto, de verdad. El actor exactament­e no interpreta, muestra lo que pasó, revive lo que hizo. Sus armas no son ya únicamente una cuestión de oficio sino de comunicaci­ón.

En su humildad, en su pobreza buscadas, es una obra memorable sobre la que pensar y sobre la que ver qué caminos nos enseña.

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