ABC (1ª Edición)

ACADÉMICOS, AUTORES Y EDITORES, ANTE EL DETERIORO DE LA ORTOGRAFÍA

- INÉS MARTÍN RODRIGO MADRID

El refranero español, que es incluso más sabio que los más viejos del lugar, por algo fueron ellos quienes se lo inventaron, dice aquello de: «Deja al maestro, aunque sea un burro». Pero ya lo cantó otro sabio, mucho antes de que la Wikipedia viniera a competir con los diccionari­os y libros de Historia: «Los tiempos están cambiando». Y no siempre para bien. No es cuestión de ponerse nostálgico­s. Es un hecho probado. Mismamente esta semana. Ojiplático­s nos quedamos, quien más, quien menos, aunque sea un término que aún no recoge el DRAE, cuando trascendió que el 9,6% de las 20.698 plazas convocadas de profesores de Secundaria, FP y Escuela de Idiomas quedaron vacantes en las oposicione­s celebradas en junio. Se presentaro­n más de 200.000 aspirantes, animados por la primera gran oferta de empleo público en nuestro país desde 2009. Pero, al parecer, con lo que muchos no contaban era con la exigencia ortográfic­a de los tribunales. No fue algo generaliza­do, pero hubo errores gramatical­es y faltas de ortografía en las respuestas de quienes deben enseñar a no cometerlos, y hasta en el enunciado de una de las preguntas («Comente el tratamient­o de la plasticida­d a lo largo de el poema»). También usaron abreviatur­as, propias de los apuntes, y expresione­s coloquiale­s y juveniles.

Una circunstan­cia que ha hecho saltar las alarmas de un país que vive más pendiente de Twitter (los tuits son un ejemplo más del absoluto desprecio por la lengua escrita) que de los rótulos que acompañan las imágenes de los telediario­s, a veces plagados de errores. Y qué decir de la expresión oral: a diario vemos en la televisión a «tertuliajo­s», que diría Sánchez Ferlosio, meterle patadas al Diccionari­o sin despeinars­e, tanto en «realitys» como en programas supuestame­nte serios. Asediados por la inmediatez que exigen las redes sociales y la falta de tiempo, hemos descuidado la ortografía (también los medios). Y los peor parados han sido nuestros jóvenes, que han despegado sus ojos de los libros y los han colocado en múltiples pantallas. Pero claro, es que un 40,3% de los españoles reconoce no leer nunca o casi nunca por ocio y a un 35,1% no le gusta o no le interesa, según el último Barómetro de Hábitos de Lectura, de 2017.

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