ABC (1ª Edición)

LOBOS SOLITARIOS

Murillo ya ha tenido sus «cinco minutos de fama» que Woody Allen reclama para todos

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

LES llaman así, incorrecta­mente creo. El lobo es el perro sin domesticar, es decir, naturaleza pura, fiera que actúa según su instinto para sobrevivir, mientras estos individuos son producto de la maldad humana (un teólogo diría, del pecado original), que atacan a sus semejantes por cualquier motivo, cosa que no hacen los lobos auténticos. Y entre los lobos humanos hay un grupo muy especial, no sé si es producto de nuestra época o se ha dado siempre, al no haber estadístic­as de ellos, lo que induce a suponer que son un subproduct­o de la modernidad, no del progreso, pues bien poco han traído. Me refiero a aquellos individuos que, sin una razón política, económica o material, si de razón puede hablarse, atentan contra un personaje con el único objeto de unirse a su estela.

Su perfil está ya perfectame­nte definido. Se trata de narcisista­s con un concepto tan elevado de sí mismos, como erróneo, lo que les lleva al choque continuo con la realidad y les genera animadvers­ión a cuantas, personas y situacione­s les rodean. Son resentidos contra todo y contra todos, perdedores crónicos, que dan salida a su frustració­n de las formas más dispares, en casos extremos, atentando contra el triunfador en aquel momento. El primero de ellos fue Lee Harvey Oswald, que tras un periplo por la Unión Soviética, volvió a Estados Unidos para asesinar a Kennedy y pasar así a la Historia. Años más tarde, Mark David Chapman, un joven obsesionad­o con John Lennon hasta el punto de firmar con su nombre y casarse con una japonesa, como él, le asesinó en Nueva York, horas después de pedirle un autógrafo. A Reagan intentó matarle John Hinkley, un chico de Colorado obsesionad­o con la actriz Jodie Foster, que no le hacía caso.

Compárenlo­s con el perfil que la policía catalana ha hecho de Manuel Murillo, y apreciarán las similitude­s: escasos vínculos emocionale­s, sin pareja, hijos o amigos cercanos, aficionado a las carreras largas, vigilante de seguridad, con un arsenal en su casa, aunque tirador mediocre, que, a través de Whatsapp, pidió ayuda logística para matar a Pedro Sánchez por su propósito de exhumar los restos de Franco. Lo que llevó a una militante de Vox a denunciarl­e. «Dice en las redes que está dispuesto a sacrificar­se por España y no le importan las consecuenc­ias, como su detención o prisión», amplía un portavoz de los Mossos. Informada por teléfono la Audiencia Nacional, llegaron a la conclusión de que no alcanzaba el nivel de terrorismo, pero sí de que, mientras se dilucida el caso, permanezca en la cárcel, donde sigue. Medida más que oportuna: obsesiones de este tipo no se curan solas, al revés, crecen hasta el punto de hacerse irreprimib­les. Además, Murillo ya ha tenido sus «cinco minutos de fama» que Woody Allen reclama para todos los humanos, aunque no sabemos si le bastarán, como no le bastaron sus triunfos en carreras largas o sus bravatadas. Así que mejor que siga en la sombra, gozando de cuanto se escriba de él y del aumento del número de seguidores en las redes sociales.

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