ABC (1ª Edición)

Nunca más

- POR LUIS HERRERO

El lío del impuesto de las hipotecas ha tenido el poder taumatúrgi­co de poner a los tres poderes del Estado patas arriba. Y además, al mismo tiempo. Pocas veces cristaliza­rá otro momento que refleje mejor que este el desastre institucio­nal y la descomposi­ción sistémica que se han apoderado de la vida pública española.

Mientras los jueces del Tribunal Supremo inventaban la figura inédita de la casación de sus propias sentencias, el Consejo de Ministros se apresuraba a descasar lo que ellos habían casado ante el entusiasmo impaciente de los padres de la patria, dispuestos a renunciar al debate legislativ­o en beneficio del decretazo. Fantástico. El poder judicial se suicida al ir contra sus propios actos, el poder ejecutivo apuñala al poder judicial dejando sin efecto el pírrico pronunciam­iento de los magistrado­s y el poder legislativ­o se suma al crimen permitiend­o que la norma que cambia las reglas del juego no salga directamen­te del horno del Con- greso.

Que todo esto es una carrera de despropósi­tos parece bastante claro. Lo difícil es saber quién la va ganando. Hasta ahora se disputaban la victoria el Gobierno y el Parlamento, contagiado­s del mismo populismo que impregna todos sus actos desde la moción de censura, pero ahora se suma a la «foto finish» el Tribunal Supremo, cuyo prestigio ha quedado malherido justo en el momento en que más falta hacía tenerlo a salvo. No olvidemos que estamos en vísperas del juicio del siglo.

Lesmes y Díaz Picazo han hecho las cosas rematadame­nte mal. Gracias al espectácul­o que ambos han patrocinad­o, ahora hay un sector de la opinión pública, teledirigi­da por las terminales políticas de turno, que clasifica a los jueces en dos únicas categorías: los que se rinden a las presiones del populismo de moda y los que lo hacen ante los intereses de la banca. La hipótesis de la independen­cia de criterio, por arte de birlibirlo­que, ha dejado de existir.

Y, sin embargo, quien más tiempo pasó al otro lado del hilo telefónico tratando de influir para que la decisión judicial no abriera un boquete económico de consecuenc­ias imprevisib­les no fueron los banqueros, sino los ministros. Lo que queda de la titular de Justicia le pidió a Pilar Teso –su candidata para suceder a Lesmes– que tratara de conducir el debate en el plenario de la Sala Tercera hacia una solución salomónica: que el impuesto de la discordia lo pagaran los bancos, pero establecie­ndo el criterio aberrante de la no retroactiv­idad. Se vio enseguida que la propuesta no tenía futuro. Así que había que elegir. O blanco o negro. O pagaba la banca con todas sus consecuenc­ias –valoradas por el Gobierno en 5.000 millones de euros en el mejor de los supuestos– o pagaban los clientes.

A Sánchez le convenía la segunda opción, pero evidenteme­nte no podía reconocerl­o. ¿Cómo iba a ponerse en contra de los intereses de los ciudadanos? Por eso trabajó en silencio, procurando no descarar su doble juego, para que el Supremo mantuviera la vieja doctrina. De ese modo no habría que esquilmar las arcas de las comunidade­s autónomas, que son las que se benefician del impuesto –y no los bancos, como han querido dar a entender los demagogos de pacotilla–, y a la vez tendría la oportunida­d de convertirs­e en el héroe del nunca más. «Queremos que nunca más los españoles paguen este impuesto». Dicho y hecho. Los magistrado­s le hicieron el trabajo sucio –15 a 13– y él se permitió el lujo de enmendarle­s la plana comprometi­éndose a destejer el remendón que habían hilvanado.

El golpe gubernamen­tal –poder ejecutivo– al prestigio del Tribunal Supremo –poder judicial– es terrorífic­o. Añádase a él el que los propios jueces se han dado a sí mismos, mediante el bochornoso espectácul­o de estos días, y el que está a punto de perpetrar el compadreo político para la renovación del CGPJ, ya casi ultimado, y obtendremo­s la visión de conjunto del desprestig­io institucio­nal del que hablaba al principio del artículo. Eso es lo que pasa cuando el vuelo de las togas no elude el contacto con el polvo del camino.

Pincho de tortilla y caña a que muchos de sus portadores ya están arrepentid­os.

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Carlos Lesmes, presidente­JAIME.G del Tribunal Supremo
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